viernes, 12 de enero de 2024

El Submarino “Santa Fe” en el Conflicto Malvinas

 El 14 de abril de 1982, la Fragata inglesa HMS Brilliant, recibió la orden de dirigirse a las Malvinas junto a una formación de barcos, dividiendo así el grupo de batalla ingles que había arribado a la Isla Ascensión como respuesta militar a la recuperación argentina de las Islas el 2 de abril. Encabezado por el Brilliant los navios Arrow, Coventry, Glasgow y Sheffield se dirigieron al sur, a gran velocidad. El 22 de abril, el Brilliant se separó del grupo a toda maquina, para apoyar al grupo del Crucero Antrim en las Islas Georgias del Sur. Navegando como podía en un agitado Atlántico Sur se dispuso que se uniera a tiempo al Antrim y la Fragata Plymouth a 150 millas al norte de Georgias.

La invasión inglesa de Georgias se había fijado para el 25 de abril, pero surgió una complicación, se sabia de la presencia del Submarino Argentino SANTA FE en Grytviken. El Antrim barco insignia decidió que debería posponerse el desembarco hasta haber eliminado la amenaza que representaba el submarino. 

El 25 de abril, helicópteros Wessex del Antrim ven al submarino saliendo de la bahía a gran velocidad, había desembarcado tropas de la Infantería de Marina Argentina para reforzar esa posición; el SANTA FE también sabia del despliegue de buques ingleses a la Isla, por eso realizo su aproximación de entrada a la Bahía Guardia Nacional de la Isla San Pedro navegando en superficie muy cerca de la costa para burlar los radares de búsqueda y cumplir con su misión.

La aeronave inglesa inicio un decidido ataque con cargas de profundidad, a bordo del Brilliant, uno de los helicópteros Lynx, fue enviado para unirse al ataque contra el SANTA FE. El Wessex estaba suspendido en el aire, tras lanzar dos cargas de profundidad, esperando la llegada de su relevo aéreo antes de volver al Antrim a rearmarse. 

El submarino argentino resistió ese primer ataque y puso rumbo de regreso a la Bahía de Cumberland en busca de resguardo, desde el helicóptero se vio que el submarino argentino dejaba un rastro de aceite por la popa. El Comandante del SANTA FE, Capitán de Corbeta Horacio Bicain, al ver por el periscopio caer el torpedo con su paracaídas, decidió rápidamente quedarse en la superficie para evitar su impacto, ya que esos torpedos operaban a profundidades mayores a 9 metros.

El Lynx, dio una pasada rasante con el tableteo de la ametralladora. La tripulación del submarino se disperso en el puente del SANTA FE, para protegerse, luego se armaron con fusiles y comenzaron a repeler la aproximación de los helicópteros ingleses, en el interior del Submarino se formó rápidamente una cadena de hombres para aprovisionamiento de municiones y fusiles hacia el puente. El helicóptero pasó una y otra vez, a unos 90 metros y a 10 metros de altura aproximadamente.

El Lynx se había unido al Wessex, y de repente se vio la estela de un misil guiado AS-12 disparado por un helicóptero Wasp que volaba por detrás del Lynx, y que impacto directamente contra la torreta del submarino traspasándola sin explotar por su estructura de fibra de vidrio. Ese impacto tendría el primero de los costos de guerra que pagaría el SANTA FE, la perdida de la pierna de uno de los tripulantes que se encontraba en esa cadena de amunicionamiento.

Desde tierra los efectivos argentinos, empezaron a repeler con el armamento disponible la persecución del submarino que retornaba defendiéndose, averiado y con un herido grave. Momentos mas tarde amarra dificultosamente en un muelle de madera en la boca de la Caleta. 

El Comandante ordenó el desembarco de los 76 tripulantes y del herido al muelle, por las condiciones en que se encontraba, mientras las tropas inglesas desembarcaban en todos los frentes. Evaluada la situación, a las 17:00 hs. del 25 de abril se rindió toda la guarnición argentina. 

Al día siguiente, el Comandante del Brilliant, Capitán John Coward, ex-oficial de submarinos, voló a Grytviken para inspeccionar al SANTA FE, ahora amarrado en el muelle y hundiéndose lentamente. Estaba inclinado a babor y con la proa levantada, su torreta agujereada y partes arrancadas por el ataque del misil. La veterana nave exponía iinnumerables agujeros de metralla. Dentro, ofrecía un panorama similar estaba averiado, desolado, y con luces de emergencia.

El estado de la nave decidió a los ingleses a sacar al submarino del muelle, y ubicarlo en un amarradero vacío de la vieja estación ballenera, donde pudiera hundirse. 

Tripulantes argentinos designados por su Comandante serian los encargados de hacer funcionar los sistemas y mecanismos para navegar la nave unos 300 mts dentro de la caleta "Capitán Vago" bajo la supervisión de un oficial británico y la estricta vigilancia de los Royal Marines; los Comandantes Bicain y Coward estarían en el puente. El submarino comenzó a moverse lentamente con una grave falta de flotabilidad, el Comandante argentino dio a toda prisa órdenes por intercomunicador en español a su reducida tripulación, para estabilizar la nave; esto requirió del Suboficial Primero Maquinista FELIX OSCAR ARTUSO rápidos movimientos para accionar válvulas neumáticas de la Sala de Control. Por la creencia de que se intentaba hundir la nave el guardia ingles que lo custodiaba lo hiere de muerte con su ametralladora. 

Suboficial Primero Maquinista Félix Oscar Artuso.

Durante el desenlace de este trágico incidente, el SANTA FE llegaba finalmente a su amarradero, horas mas tarde comenzó a hundirse producto de una sutil maniobra de sabotaje de los argentinos, mas tarde aflorando solamente su torreta en la superficie. El Suboficial Artuso se encuentra sepultado en el cementerio de Grytviken Islas Georgias del Sur.

En 1971, luego de veinticinco años de servicio en la Armada Norteamericana, fue transferido a la argentina. Fue desplegado en 1978 junto a otras unidades submarinas en las preliminares del conflicto con chile, operando en el pacifico. Protagonista absoluto de la recuperacion de las Islas Malvinas desembarcando una patrulla de trece hombres de la Agrupación Buzos Tacticos en las primeras horas del 2 de abril.

El Submarino A.R.A. "SANTA FE" (S-21), fue merecedor de la condecoración "Operaciones de Combate" y otorgo a la historia de la Fuerza de Submarinos de la Armada Argentina su "Bautismo de Fuego".


Por Oscar Héctor FILIPPI -CORRESPONSAL NAVAL


25/04/10

A.R.A. – A.N.A.T.

domingo, 12 de febrero de 2023

El hundimiento del HMS Sheffield

 Eran las 08.07 hora argentina (11.07Z), cuando el avión Neptune 2P-2H matrícula 0708/2-P-112 de la 1a Escuadrilla Aeronaval de Exploración despegó de Río Grande con la misión de verificar si había ruta despejada para tres Hércules C-130 que debían volar hacia Puerto Argentino.

Los Neptune eran viejos aparatos de búsqueda antisubmarina desarrollados por la Lockheed en la década del cuarenta, cuya autonomía de vuelo era de 20 horas y su alcance de 6406 kilómetros.

Desplegados desde la Base Comandante Espora a Río Grande en el mes de abril, el TOAS disponía de dos, el matrícula SP-2H 0708/2-P-111 y el mencionado 0707/2-P-112, ambos al mando del capitán de corbeta Julio H. Pérez Roca. Dotados de radares inadecuados, estaban obligados a efectuar aproximaciones de 100 millas que hacían sumamente peligrosa su exposición al quedar al alcance de las defensas antiaéreas. Y para peor, solo uno disponía de equipo de navegación VLF-Omega.

En realidad, los Neptune eran sumamente vulnerables al ataque de los Sea Harrier y eso sumado a la enorme cantidad de horas de vuelo que tenían acumuladas y el desgaste de sus motores -en otros tiempos verdaderamente poderosos-, los hacía en extremo inseguros.

La madrugada del 4 de mayo (04.07 hora argentina), el SP-2H 0708/2-P-112 decoló de Río Grande con rumbo al este para verificar si había vía libre para los tres Hércules C-130 que debían pasar a Puerto Argentino. Debía volar al sur de las islas, virar hacia el norte regresar luego de efectuar una órbita al archipiélago, sin escoltas, por lo extenso de la misión.

A las 04.50 hs (07.50Z) el avión hizo contacto con el “Comodoro Somellera” que, a dos días del hundimiento, seguía buscando sobrevivientes del “General Belgrano” y una hora después, los Hércules comunicaron que abortaban la operación (en esos momentos la capital de Malvinas estaba siendo atacada).

Al Neptune, en tanto, se le ordenó posicionarse al sudoeste de Puerto Argentino en espera de nuevas instrucciones, novedad que su comandante se apresuró a informar a los once tripulantes que componían la dotación.

A las 06.05 hs (09.05Z) el cabo Yedra advirtió que el radarista de a bordo, suboficial Pernusi, había detectado un buque enemigo a 90 millas al este y a 85 de Puerto Argentino, información que el operador retransmitió presurosamente a la torre. Veinte minutos después, Proni Leston recibió instrucciones de mantener contacto en forma “discreta” y permanecer en el área hasta nueva orden. Amanecía en esos momentos y había un techo de nubes bajas que hacía sumamente vulnerable al avión cuando emitía con el radar.

A las 08.14 (11.14Z) el Neptune obtuvo un nuevo contacto, notificando a la base que el buque se había movido hacia el norte y que parecía sostener el rumbo en esa dirección. Media hora después, (08.45 de argentina) comunicó que el objetivo se hallaba junto a otras tres unidades de las cuales, una parecía de gran envergadura, posiblemente un portaaviones. Fue el momento de máxima aproximación al enemigo, al superar la marca de 60 millas que los Neptune habían alcanzado los días anteriores.

En ese punto, una vez cumplida su misión, Proni Leston creyó prudente regresar. Empujando suavemente sus comandos descendió hasta plancharse sobre el agua y deslizarse un tanto al sudoeste, se dirigió al sector donde se había hundido el “General Belgrano”, sobrevolándolo a las 09.15 horas.

El reloj daba las 07.30 cuando el teniente de fragata Carlos Machetanz de la 2ª Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque, salió corriendo de la sala de prevuelo, en la Base Aeronaval de Río Grande, para dirigirse al casino de oficiales. Intentaba no resbalar sobre la escarcha y cubrirse lo mejor posible aquel viento helado que hacía descender la temperatura por debajo de 0.

Cuando entró al recinto halló a su igual en el rango, Armando Mayora, recostado sobre un camastro. Éste, al verlo tan agitado, se incorporó y le preguntó que estaba ocurriendo. Machetanz le informó que se había detectado un blanco y por consiguiente, regresar con él a la sala, donde ya se hallaban reunidos los demás pilotos.

Mientras se colocaba el abrigo, Mayora preguntó si no sería otra falsa alarma, pero su compañero le respondió que no.

Al ingresar en el recinto vieron que entre los presentes se encontraban los capitanes de corbeta Augusto Bedacarratz -segundo comandante de la escuadrilla- y Roberto Curilovic, quienes en esos momentos exponían a sus colegas los detalles de la operación. Mayora no lo sabía aún pero junto con Bedacarratz, había sido designado para llevar a cabo un ataque contra la Royal Navy.  

La elección no podía haber sido mejor. Los pilotos habían volado juntos en más de un ejercicio de entrenamiento y se conocían lo suficiente como para evitar el uso de la radio durante largos trechos.

El personal reunido en la sala se hallaba concentrado en la planificación, calculando la trayectoria, la altura, la aproximación, el punto de lanzamiento del misil y el escape, todo en base a la información enviada por el Neptune de Proni Leston.

En realidad, la primera misión Super Étendard/Exocet había tenido lugar el mismo día que hundieron al “General Belgrano”, cuando el jefe de la escuadrilla, capitán de fragata Jorge Colombo y el teniente de fragata Carlos Machetanz decolaron de Río Grande para atacar un blanco a 80 millas al este de Puerto Argentino (la misma debió ser abortada por inconvenientes técnicos, a poco de su partida).

Regresando al 4 de mayo, cuando a eso de las 08.20 hs finalizaba la reunión, el teléfono de la sala comenzó a sonar. Al levantar el tubo, el teniente de navío Luis Collavino escuchó del otro lado al suboficial Villarroel, quien solicitaba hablar urgentemente con Bedacarratz. Cuando este atendió, le fue informado que el teniente García, jefe del Departamento de Mantenimiento de la escuadrilla, daba el visto bueno para decolar. Todo estaba listo para lanzar el ataque.

El tiempo esa mañana era malo y eso en cierto modo, beneficiaba la operación. La visibilidad era de 1000 metros, había un techo de nubes de 150, bancos de niebla y chaparrones aislados, lo que dificultaría ostensiblemente la acción de los Sea Harrier.

Un segundo llamado telefónico, atendido esta vez por Mayora, dio cuenta desde el Comando de Aviación Naval que los aviones debían partir a las 09.45, directiva transmitida inmediatamente a Bedacarratz, quien dispuso el alistamiento de las aeronaves (09.00).

Comenzaban a vivirse momentos de ansiedad, que se tornaron intensos cuando los pilotos se colocaron sus trajes antiexposición, los cascos y sus equipos de supervivencia con los cuales podrían soportar las heladas temperaturas del mar durante media hora en caso de ser derribados.

Cuando los mecánicos terminaban de efectuar los últimos controles, Bedacarratz y Mayora, ganaron el exterior y en compañía de Colombo abordaron una camioneta que los llevó hasta los hangares. Una vez en el exterior, un helicóptero Sea King pasó lentamente sobre sus cabezas y se posó suavemente pocos metros delante.

El personal de la base estaba pendiente de aquellos dos hombres y en su fuero interno especulaba sobre su suerte y los resultados de la misión.

Dentro de la camioneta, ninguno de los dos parecía nervioso pero seguramente lo estaban, como lo está todo soldado que se apresta a enfrentar el peligro. Aún así, intercambiaron varias palabras con Colombo mientras el soldado que conducía se mantenía en el más absoluto silencio, intentando no perder detalle de la conversación.

En los galpones varios hombres rodeaban a los aviones. Al llegar al lugar, pilotos y su jefe descendieron del rodado y se encaminaron hacia ellos para realizar el examen rutinario.

Cuando todo estuvo ok, subieron las escalerillas y una vez en sus cabinas, se sujetaron con las correas y cinturones, Bedacarratz en el avión matrícula 3-A-202 y Mayora en el 3-A-203.

Los aparatos fueron remolcados hasta el exterior y allí encendieron sus motores. Y con sus turbinas atronando el ambiente, los aviadores hicieron una detenida verificación de sus paneles, comprobando que todo se hallaba en orden. A las 09.30 en punto cerraron sus cabinas y lentamente echaron a andar rumbo la cabecera de la pista, seguidos a la carrera por mecánicos y asistentes, quienes lanzaban gritos y vivas a la patria. Era una manera  estentórea aunque válida de desahogar la tensión y el nerviosismo que los dominaba.

Los pilotos devolvieron el gesto alzando sus pulgares y después de recargar el combustible consumido durante la verificación y el recorrido hacia la cabecera, dieron máxima potencia y se prepararon a despegar. Bajo sus alas derechas se recortaban amenazantes las siluetas de los Exocet AM-39 que en pocas horas se transformarían en el terror de los ingleses.

Parado junto a los cazas, el teniente Machetanz les hizo señas indicándole que la recarga se había completado y acto seguido, se retiró al costado de la pista mientras el jefe de la formación (cuyo indicativo era “Boina”), pedía autorización para decolar.

Los Super Étendard comenzaron a carretear, el de Bedacarratz primero y el de Mayora después, remontando vuelo con una diferencia de 10 segundos entre uno y otro.

Las aeronaves ascendieron a 15.000 pies (4500 metros de altura), donde los vientos alcanzaban 300/12 nudos y enfilaron directamente hacia el punto de reunión, en busca del Hércules KC-130 del vicecomodoro Enrique J. Pessana, que los esperaba para  efectuar el reabastecimiento.

El cisterna volaba bajo el indicativo “Rata” y además de su comandante, estaba tripulado por su copiloto, el mayor Eduardo R. Gómez, el primer teniente Gerardo R. J. Vaccaro, los cabos principales Mario Cemino y F. Luis Martínez y los suboficiales auxiliares Oscar Ardizzone, Mario Amengual y Manuel O. Lombino.

A las 09.40 despegó de la misma base el Learjet LR-35 del primer teniente Eduardo E. Bianco (indicativo “Dardo”) llevando como copiloto al teniente Luis A. Herrera y al cabo principal Dardo Rocha en calidad de navegante. Debía concretar un vuelo de diversión atrayendo sobre sí cualquier ataque de los Sea Harrier y despejar el camino a los Super Étendard 

Dos escuadrillas de Mirage V-Dagger, decolaron inmediatamente después (10.20 hs), la “Pollo”, integrada por los capitanes Amilcar Cimatti en el avión matrícula C-447 e Higinio Robles en el C-414 y los “Talo” con el capitán Carlos Moreno en el matrícula C-431 y el teniente Ricardo Volponi en el C-429. Los primeros debían cubrir al Hércules y los Super Étendard en tanto los segundos harían lo propio con el Neptune de reconocimiento. Llevaban el mismo tipo de armamento: dos cañones de 30 mm y dos misiles Shafrir, el mismo con el que espantaron a los cazas enemigos en los primeros enfrentamientos.

El KC-130 se hallaba a 150 millas de Río Grande cuando los Étendards lo detectaron. Al momento de ser divisado, volaba con sus mangueras extendidas, maniobra que se había practicado infinidad de veces por los experimentados aviadores navales antes del conflicto.

Bedacarratz y Mayora se aproximaron lentamente, oprimieron los botones de salida de la lanza y apuntaron a la canasta de ambas mangueras, ejecutando un encastre perfecto. Los tanques se llenaron sin problemas y a las 10.04 hs (13.04Z), cuando se desplazaban a 250 millas del objetivo, se desengancharon.

Finalizada la operación, el Hércules se alejó y los cazas iniciaron su recorrido a 800 km/h en dirección al este. A todo esto, a las 10.50 el Neptune 2P-HP de Proni Leston ya había confirmado la detección del blanco, permaneciendo en el área durante tres horas para mantener la posición bajo control. En ese lapso fueron ubicados un total de cuatro buques británicos navegando a 85 millas al sur de Puerto Argentino y 90 de donde se encontraba el Neptune.

Temiendo que el enemigo los detectase, Proni Leston comenzó a volar en zigzag simulando estar buscando sobrevivientes del “Belgrano” y así fue como a las 10.35 (13.35Z) ascendió hasta los 3500 pies para transmitir las posiciones a los Super Etnedard que venían en camino. Cumplida la tarea, se pegó al mar y se alejó a toda prisa, aterrizando en Río Grande dos horas y media después, cuando los relojes daban las 12.04 (15.04Z).

Bedacarratz y Mayora continuaban volando al ras del agua, pasando al sur de la isla Beauchene, un promontorio envuelto en brumas, que emergía siniestro de las heladas aguas del mar, a 47 kilómetros de las costas septentrionales de la Isla Soledad.

Dejando atrás el peñasco, los pilotos procedieron a alimentar sus sistemas de ataque UAT, introduciendo en ellos la información recibida. Casi al mismo tiempo ascendieron hasta los 500 pies tratando de localizar los blancos y al no detectar nada volvieron a descender para seguir en las mismas condiciones durante las siguientes 25 millas.

A las 10.50 (13.50Z), repitieron la maniobra, trepando nuevamente hasta los 500 pies de altura y fue entonces que los ecos de cuatro unidades de superficie aparecieron en sus pantallas, una grande, dos medianas y una más pequeña a la izquierda.

En sus tableros se encendieron las luces de alerta advirtiendo que las contramedidas electrónicas de los radares británicos los estaban rastreando; una vez más, volvieron a descender y pegados al agua, continuaron otras 25 millas para comprobar, después de un tercer ascenso, que los barcos se habían desplazado un tanto de sus posiciones.

En vista de ello, los pilotos programaron el instrumental de a bordo, orientaron la memoria de las computadoras hacia las de sus misiles -debían guiarlos los últimos 10 kilómetros del recorrido- y a las 11.04 (14.04Z), a 30 millas del blanco, Bedacarratz disparó.

El proyectil se desprendió del soporte, cayó unos metros en picada y casi enseguida encendió su motor, partiendo rasante sobre el agua, trazando un surco con su estela. Por un momento su numeral pensó que el misil se estrellaría en el mar pero al ver que su propulsor se había encendido, se tranquilizó.

Dos segundos después hizo lo propio Mayora, comprobando que todo había salido a la perfección. Era la primera vez que se disparaba un AM-39 desde un avión y por esa razón, la incertidumbre era alta.

Mientras los Exocet iniciaban su trayectoria, los pilotos efectuaron un amplio viraje hacia la derecha y se retiraron con rumbo sur, iniciando el escape a 1000 km/h “peinando las olas”, como suele decirse en la jerga aeronaval cuando se vuela a pocos metros del agua. Había poca visibilidad y el océano se hallaba encrespado, por lo que Bedacarratz advirtió a su compañero sobre el peligro que aquello representaba.

En un momento dado, el jefe de la escuadrilla creyó que una PAC de Sea Harrier los estaba siguiendo pero Mayora lo tranquilizó al informarle que era él quien volaba detrás, pegado a su cola.

Ese día, el destructor tipo 42 HMS “Coventry” pidió su relevo después de una agotadora jornada de escolta y protección a los portaaviones. Su radar 965 estaba fallando y necesitaba ser reparado, por lo que el permiso le fue concedido. Sin saberlo, acababa de condenar a muerte a su gemelo, el HMS “Sheffield”, que lo reemplazó.

Como se recordará, el “Sheffield” fue una de las primeras embarcaciones en arribar a la zona de operaciones. Lo hizo desde la base naval de Gibraltar, de donde había partido el 5 de abril después de varios meses de maniobras en el Mediterráneo.

Construido en los talleres de Portsmouth, fue botado el 10 de junio de 1971 y asignado el 16 de febrero de 1975. Como todos los destructores de su tipo, tenía 125,60 metros de eslora, 119,50 en la línea de flotación, 14,3 de manga y 5,8 de calado, el cual llegaba a 6,70 metros a carga completa. Equipado con dos árboles portahélices COCOG, dos turbinas Rolls Royce Olympus TM3B y otras dos Tyne (todas a gas), desplazaba 3750 toneladas (4100 a plena carga) y alcanzaba los 18 nudos a velocidad de crucero, los cuales ascendían a 29 a máxima velocidad. 

Sus turbinas llegaban a los 56.000 CV a plena máquina, a los 8500 a potencia de crucero y su autonomía era de 7400 kilómetros a 18 nudos.

Se hallaba provisto de una doble rampa de lanzamiento de misiles Sea Dart GWS30 con 22 artefactos, un cañón MK-8 de 115 mm y dos Oerlikon MK-7 de 20 mm., completando ese armamento con helicóptero Westland Lynx HAS.1 dotado de torpedos MK-46 y misiles Sea Skua.

Aquel 4 de mayo, día frío, con mar calmo y cielo despejado, el “Sheffield” se encontraba a unos 35 kilómetros delante del grupo de portaaviones, haciendo de escolta y brindando protección.

En esos momentos, las unidades de la flota británica se hallaban en “alerta 2 de vigilancia”, con sus tripulaciones ubicadas en sus puestos, turnándose cada seis horas.

El capitán James “Sam” Salt estaba en el puente de mando cuando desde la sala de operaciones se emitía un mensaje al “Hermes” para ser reenviado al Estado Mayor de la Flota en Northwood. Mientras eso ocurría, la dotación de 289 hombres al mando de 26 oficiales, se concentraba en sus tareas, atenta a las indicaciones.

Por temor a ser detectados, el radar principal de a bordo, un 966 mejorado a partir de un 965, había sido apagado para evitar interferencias en las transmisiones vía satélite. En su reemplazo, la pantalla del buque insignia (el “Hermes”) se comunicaba con la suya por medio de un sistema de transmisión de datos que, a decir verdad, y como se podrá apreciar, no sirvió de mucho.

Un grave error de los británicos fue dotar a sus embarcaciones de equipos de detección electrónica sin haberlos alimentado con las características de los Exocet, lo que tendría consecuencias fatales para el “Sheffield” y otros componentes de la Fuerza de Tareas. Además, a diferencia de los Sea Wolf, los Sea Dart de a bordo dependían del radar para ubicar el blanco y de quienes los operaban para decidir si era amigo o enemigo. Y eso era en extremo contraproducente porque los obligaba a apuntar a un solo objetivo por vez, brindando al atacante un tiempo precioso. Otro problema era su incapacidad de dispararle a algo que volase a menos de 2000 pies debido a que los sistemas de a bordo no captaban nada por debajo de esa altura. Aún así, los británicos lanzaron sus unidades adelante, subestimando la capacidad de los aviadores argentinos.

La tripulación del “Sheffield” al igual que la del resto de la flota, le temía más a los submarinos que a un ataque aéreo, lo que sería una constante a lo largo de la campaña.

El radarista Nick Batho, oficial de operaciones del destructor, se encontraba en su puesto cuando detectó señales que indicaban la proximidad de un avión, novedad que se apresuró a comunicar al lugarteniente Meter Walpole, oficial de guardia.

Walpole se dirigió a cubierta para informar el hecho al teniente Brian Layshow, piloto del helicóptero Lynx y entre ambos se pusieron a vigilar el horizonte. Minutos después, creyeron distinguir algo a la distancia, una especie de nube un tanto difusa, que se recortaba en la lejanía. Al principio dudaron ya que nunca habían visto un misil de frente, es decir, avanzando directamente hacia ellos, pero a los dos segundos sus dudas se disiparon.


-¡¡Por Dios– gritaron al mismo tiempo- es un misil!!


Algo similar ocurrió con Steve Iacovou, subteniente de la Armada Real, que en esos momentos desempeñaba funciones en el puente de mando junto al timonel, un ayudante, algunos oficiales y varios marineros. En un primer momento creyeron que se trataba de un torpedo avanzando hacia ellos pero cuando el oficial maquinista apuntó con sus binoculares, las dudas se disiparon.


-¡¡Es un Exocet!!


Se quedaron todos inmóviles, presas del pánico, hasta que alguien ordenó a los gritos ponerse a cubierto. Instantáneamente se arrojaron al piso, buscando protección como mejor podían, y ahí estaban cuando el misil perforó el casco y estalló. Iacovou se abrazó al segundo oficial de guardia y cerrando con fuerza los ojos se cubrió instintivamente la cabeza.

Como han dicho muchos de los tripulantes después de la guerra, fueron segundos de tremenda angustia, que parecieron una eternidad.

Una gigantesca explosión estremeció al buque, clara señal de que el “Sheffield” había sido alcanzado.

El misil dio por la banda de estribor, cuatro segundos después de ser detectado. Pegó en la mitad del buque, a centímetros de la línea de flotación, detonando en su interior con inusitada violencia. Penetró en línea oblicua ascendente, arrasando el centro de máquinas, la sala de operaciones, el cuartel general de control de daños, camarotes y otras secciones.

El capitán de corbeta Patrick Kettle, oficial ingeniero de a bordo, se encontraba leyendo un libro en la sala de control cuando el estallido lo hizo estremecer. El buque se quedó sin energía y una corriente de aire caliente atravesó el espacio para esparcirse por los pasillos de babor.

Cuando el misil explotó, Kettle vio a personas y objetos volar delante suyo en tanto salía despedido de su sillón y daba contra una mampara. Había gente que corría en todas direcciones mientras los gritos de dolor y desesperación tapaban a los oficiales que intentaban hacerse oír. Todo era caos y confusión.

Kettle se incorporó y notó aliviado que estaba ileso. Su primer impulso fue correr en busca de un salvavidas y eso hizo. Al dar con uno, se lo colocó presurosamente y acto seguido intentó hacer sonar la alarma radial que, por supuesto, no funcionaba. De todas formas, se trataba de una simple formalidad porque la dotación entera sabía lo que estaba ocurriendo. Cuando se comunicó con el sector de proa, le informaron que la sala de operaciones había sido arrasada y el humo comenzaba a invadir el interior del navío, propalando un olor insoportable.

La humareda se hizo tan densa, que le resultaba imposible respirar y hasta verse las manos cuando se las ponía frente a la cara. Kettle procedió a abandonar el lugar porque no había más nada que hacer allí.

El personal se arrastraba e incluso gateaba por pasillos repletos de humo, colocando sus narices lo más cerca posible del suelo donde el aire era más respirable, tal como se hacía en los entrenamientos (el calor siempre tiende a subir). Cuando Kettle ganó el exterior, absorbió una profunda bocanada y eso le provocó gran alivio aunque se sobresaltó al ver que estaba negro de pies a cabeza, como la mayor parte de quienes emergían del buque.

Una vez en cubierta, se dirigió al sector de popa para comprobar si el barco se estaba hundiendo y desde allí notó el gran agujero abierto por el misil.

De momento la nave flotaba, cosa que tranquilizó al oficial porque eso les daría algo de tiempo para el rescate de sobrevivientes.

A esa altura, la tripulación combatía denodadamente el fuego y como nada funcionaba, debió recurrir al método de bajar los baldes con una soga, cargarlos con agua del mar y pasarlos de mano en mano, un trabajo inútil que demandaría más de cinco horas.

Sin dudarlo Kettle se sumó a la tarea y eso le sirvió para olvidar momentáneamente el miedo. Mientras tanto, los incendios se propagaban a gran velocidad, alimentados por el material altamente combustible que cubría las cuatro millas de cables eléctricos.

Cuando Iacovou se incorporó vio a varios hombres corriendo en todas direcciones al tiempo que el oficial de guardia intentaba inútilmente hacerse cargo de la situación. Algo más allá, su segundo trataba de utilizar el intercomunicador pero el mismo no respondía. Como el contramaestre había abandonado el lugar, probó usar los controles para ver si quedaba alguna posibilidad de dirigir la nave hacia otra ubicación pero todo fue en vano. El humo entorpecía la visibilidad y dificultaba enormemente la respiración, por lo que pidió instrucciones al oficial de guardia sin que nadie le respondiese. 

Entre los heridos más graves había un hombre que se quemó íntegro cuando atravesaba un pasillo, no por las llamas sino por el calor; hubo otros que en la desesperación se arrojaron al agua mientras un grupo de marineros en un bote de goma, intentaba apagar el fuego que emergía por el orificio que había abierto el misil.

Por entonces, la furia del incendio parecía incontrolable; la cubierta superior comenzaba a calentarse y la tripulación a sufrir quemaduras en las plantas de los pies.

Provisto de una máscara de oxígeno, el capitán Salt trató de bajar a las cubiertas inferiores para supervisar los daños pero no pudo ir muy lejos porque las escalerillas se habían caído. Aún así, lo poco que vio lo dejó estupefacto. Las enormes puertas se habían deformado y en algunos sectores el metal estaba al rojo vivo.

Fue en ese momento que el teniente Layshow despegó al comando del helicóptero y partió hacia el “Hermes” en busca de ayuda.

Desde los portaaviones se despacharon varios Sea King llevando médicos y asistentes, los primeros para colaborar en las tareas de rescate y atención de heridos y los segundos para intentar controlar los incendios.

En tanto eso ocurría, las tripulaciones de las diferentes unidades de la Task Force observaban con angustia la densa columna de humo en la lejanía, señalando el lugar del desastre y a las fragatas “Arrow” y “Yarmouth” aproximándose a prestar ayuda.

La primera intentó, sin éxito, combatir las llamas arrojando gruesos chorros de agua a través de sus mangueras justo cuando un importante número de sobrevivientes pasaba a ella a través de las redes extendidas ex profeso. Había otros náufragos que flotaban en las aguas heladas e intentaban ser recogidos con la ayuda de sogas.

Con la pintura de la parte posterior del buque derritiéndose, algunos valientes se colocaron las máscaras de oxígeno y bajaron a combatir el fuego a los niveles inferiores; uno de ellos no volvería a salir. De esa manera, se repetían escenas similares a las del hundimiento del “General Belgrano”, con verdaderos actos de entrega que solo en situaciones límites como un conflicto armado se pueden apreciar.

En el resto de la flota persistía el temor de un ataque submarino. Tal era la obsesión, que desde el HMS “Glasgow”, se arrojaron cargas de profundidad porque alguien creyó distinguir un periscopio.

El capitán Salt hablaba a través del walkie-talkie con su par del “Arrow” (capitán Paul Bootherstone), cuando el “Yarmouth” disparó repentinamente sus misiles antisubmarinos respondiendo al aviso de su radarista, seguro de haber detectado ecos sospechosos en su pantalla. El hecho ocurrió tan cerca del lugar de la tragedia que comandante del "Sheffield" experimentó un gran sobresalto.

Los que también estaban nerviosos eran los artilleros, quienes por poco no derriban un avión propio al abrir fuego con sus cañones Oerlikon de 35 mm.

Para entonces, habían partido de los portaaviones varios Sea Harrier con órdenes de interceptar posibles aeronaves enemigas y las dotaciones de helicópteros se mantenían en posición ante cualquier eventualidad.

Un nuevo temor comenzó a preocupar al capitán Salt y a los comandantes de la flota, cuando el fuego alcanzó los depósitos de municiones. Y no estaban errados ya que parte de la misma explotó, provocando nuevos heridos y daños de consideración.

Veinte hombres murieron a bordo como consecuencia del ataque y otros 63 resultaron heridos (uno de ellos fallecería días después), la mayoría en la sala de computación, debajo del centro de operaciones y en la cocina, donde en esos momentos se preparaba el almuerzo.

Dada la situación, no hubo más remedio que abandonar el barco aun cuando varios oficiales y marineros se afanaban por apagar los incendios. Al escuchar la directiva, los hombres dejaron las tareas y subieron a la cubierta superior mientras afuera comenzaba a caer el sol y el frío se tornaba intenso. A medida que iban saliendo, se les proveía de mantas y ropas secas porque la mayoría se había mojado adrede para combatir el calor. En esas condiciones, el clima helado del océano, con sus vientos y baja temperatura, podía resultarles fatal.

Mientras los Sea King evacuaban a los heridos, la tripulación empezó a cantar Always Look on the Bright Side of Life, tema principal de la película La vida de Brian.

Imperaba la tristeza y hasta se podían ver lágrimas en los ojos de los marineros cuando la dotación comenzó a pasar al “Arrow”. Casi todos los hombres habían perdido a un amigo o tenían a otros en muy grave estado; hacía tiempo que navegaban juntos y por esa razón, los lazos de camaradería eran profundos. De todas maneras, se sentían aliviados de abandonar el naufragio y deseaban hacerlo cuanto antes.

Para Iacovou la experiencia fue algo pavoroso y quedaría grabada en su mente durante el resto de su vida.

En cuanto al segundo Exocet, el del teniente Mayora, el mismo pasó muy cerca del “Yarmouth”, posiblemente desviado por el chaff, una nube de pequeños filamentos de metal de aluminio tendiente a confundir al sistema computarizado de los misiles. Siguió de largo hasta estrellarse en el mar, después de agotar el combustible.

Fue una jornada de extrema tensión para la Fuerza de Tareas británica y una sorpresa para muchos. John Witerow, del “The Times” de Londres, que viajaba a bordo del “Invencible”, apuntaría en su libro La Guerra de Invierno, que al producirse el ataque, una voz por los altavoces informó con tono excitado que un misil había impactado al destructor: “El ‘Sheffield’ ha sido alcanzado por un Exocet disparado desde un avión. Están combatiendo el fuego a bordo. Se encuentra a unas 15 o 20 millas y estamos enviando equipos contra incendios”.

En ese preciso instante comenzaron a sonar las alarmas y la misma voz puso en alerta a la tripulación: “¡¡Estamos bajo ataque, repito, estamos bajo ataque!!”.

Todo el mundo se arrojó a cubierta mientras sonaban los silbatos y se escuchaba con claridad el rugido de un cohete pasándoles cerca. Era el Exocet de Mayora, volando entre el portaaviones y la “Yarmouth”, luego de ser desviado por el chaff de esta última.

A bordo todos oraban en silencio y muchos marineros temblaban. Un periodista escribió en su cuaderno de notas que se vivieron momentos de horror cuando la gigantesca embarcación inició maniobras de evasión.

Casi enseguida, se escuchó por los altavoces una nueva voz indicando que el peligro había pasado. La enorme tensión comenzó a ceder.

Superado el trance, el personal de a bordo se puso de pie y se apresuró a ocupar sus puestos. Quienes lo hicieron en el puente vieron con verdadero espanto como la flota navegaba en zigzag, intentando evitar supuestos torpedos y la columna de humo elevándose desde el destructor a lo lejos.

El del “Sheffield” fue el primer revés de envergadura sufrido por los británicos en la guerra. Los éxitos iniciales habían potenciado la creencia de que la campaña solo iba a ser un paseo con alguna que otra incidencia pero la misma se disipó tras el impacto. Lo ocurrido sirvió para demostrar que la contienda había alcanzado su clímax y que los argentinos eran capaces de llevar a cabo acciones de envergadura.



Los helicópteros comenzaron a arribar a la cubierta del “Hermes” llevando a bordo a los primeros heridos. Periodistas y camarógrafos estratégicamente ubicados pudieron registrar las conmovedoras escenas que estremecerían al mundo, en especial al Reino Unido.

Hombres con terribles quemaduras y graves heridas eran desembarcados por tripulantes y enfermeros mientras equipos de voluntarios transportaban camillas con otros sobrevivientes, algunos mutilados, otros moribundos. También se pudo ver a los médicos dando respiración boca a boca y a gente llevando a marinos y oficiales con trozos de plástico pegados en sus rostros o partes de sus cuerpos humeando, todas ellas escenas escalofriantes.

A todo esto, los Super Étendard atacantes volaban hacia el continente, después de simular una retirada en dirección a la Antártida a efectos de desorientar a posibles perseguidores. A esa altura, habiendo comprobado que ninguna PAC enemiga los seguía, ascendieron a gran altitud con el objeto de ahorrar combustible y poco después establecieron contacto con el KC-130 del vicecomodoro Eduardo J. Pessana que los esperaba en el punto de reaprovisionamiento acordado durante la planificación del vuelo.

Lejos de lo que Pessana esperaba, los pilotos le manifestaron que tenían suficiente combustible para llegar a la base y por consiguiente, no necesitaban hacer el reaprovisionamiento.

El comandante el Hércules les pidió los resultados de la misión y una vez recibidos los pasó al continente, donde se los esperaba con mucha ansiedad. Las aeronaves se encontraban a unas 150 millas de Río Grande y hacia allí volaban sin ningún inconveniente.

Tras recepcionar el mensaje, el oficial encargado de la torre de control se comunicó con la sala de pilotos para retransmitirlo. Lo atendió el teniente Julio Héctor Barraza quien, al dar a conocer la novedad, generó la consabida algarabía del personal. El griterío llamó la atención de los mecánicos y asistentes en los hangares quienes salieron como catapultados y una vez ante sus superiores se les informó sobre el éxito de la misión y la llegada en perfecto estado de los dos Super Étendard, lo mismo los cuatro Dagger que les dieron cobertura.

Después de hablar con el Hércules, Bedacarratz se comunicó con Mayora para decirle que, a partir de ese momento pasaban a frecuencia de torre y que establecerían enlace con ella cuando se encontrasen a 10 millas de distancia.

De ese modo, después de indicar que se incorporaban a circuito de aterrizaje, se los fue guiando hasta que tocaron pista. Eran las 12.04 hora argentina y desde el sudeste soplaban vientos de 030/20 nudos.

El recibimiento de los pilotos fue apoteósico. Integrantes de las escuadrillas aeronavales y de la Fuerza Aérea, así como también, personal civil y militar de la base, ganaron el exterior para saludarlos. Algunos corrían detrás de los aviones, gritando y agitando banderas mientras los demás aguardaban en la plataforma, cerca de los hangares.

Los aviadores descendieron de sus máquinas y se abrazaron a sus colegas al tiempo que decenas de manos intentaban palmearlos, ya en la espalda, ya en la cabeza y los hombros. En medio de la emoción, alguien tomó fotografías con su cámara intentando registrar el momento, todo entre vivas, risas y brazos en alto.

Pese a que aún no había sido confirmada por el enemigo (que lo haría unas horas después al admitir bajas en el destructor), se tenía la certeza de que al menos uno de los misiles había dado en el blanco.

La Aviación Naval Argentina había llevado a cabo un vuelo impecable, altamente profesional. Bedacarratz y Mayora dispararon sus proyectiles cuando sus sistemas de detección indicaban su ingreso en la zona de alcance de las antiaéreas, a unos 35 kilómetros de los objetivos.

Hicieron un vuelo silencioso, sin producir emisiones, guiados por la posición inicial del blanco a través de los sistemas inerciales de sus aviones y tal como estaba previsto, a 10 kilómetros de distancia pusieron a funcionar sus radares de autodirección y oprimieron sus botones de lanzamiento.

Estabilizada su altura con los radioaltímetros de a bordo, los Exocet se desprendieron de las alas y encendieron sus motores siguiendo el rumbo introducido en sus memorias. 

La destrucción del “Sheffield” motivó la detención momentánea de la Task Force cuyos jefes, impresionados, decidieron un cambio de táctica. Como se ha dicho, nadie imaginaba que la Argentina fuera capaz de llevar a cabo un ataque semejante y hundir un destructor de última generación.

Al término del conflicto se dijo tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos que la cabeza del misil no había explotado porque su orificio de entrada era un tanto pequeño, versión recogida por varios autores, quienes se basaban en fotografías y estudios efectuados después del 4 de mayo, antes de que el “Sheffield” desapareciese bajo las aguas.

Para aquellos analistas, el daño fue causado por la combinación de la energía cinética y el combustible propulsante durante el desplazamiento del misil por el interior del buque. Sin embargo, serían el capitán Salt y sus oficiales quienes saldrían a desmentir esas afirmaciones. “Yo estuve allí –le dijo el comandante del buque a Eddy, Linklater y Gillman- y sin ninguna duda les confirmo que el misil explotó”.

El HMS “Sheffield” continuó flotando durante seis días. Los incendios se apagaron entre el 7 y el 8 de mayo y el 9, al ver que se mantenía a flote, los británicos decidieron conservarlo para analizar los efectos del impacto y retirar el poco material utilizable que aún le quedaba.

La fragata “Yarmouth” lo sujetó con un grueso cable metálico y comenzó a remolcarlo hacia las islas Georgias pero a las pocas horas al comprobar que el destructor comenzaba a escorarse, decidieron cortar las amarras y dejarlo a la deriva. 

Desapareció bajo las olas el 10 de mayo por la mañana, en un punto situado a los 53º 04’S y 56º 56’O. Para los británicos se trató de un final mucho más digno que el desguace al que iba a ser sometido. Era el primer navío del Reino Unido hundido en combate desde la Segunda Guerra Mundial.

Historial

Astillero Vickers Shipbuilding and Engineering (Barrow-in-Furness, Inglaterra, Reino Unido)

Clase Tipo 42

Tipo Destructor

Iniciado 15 de enero de 1970

Botado 10 de junio de 1971

Asignado 16 de febrero de 1975

Destino • averiado por ataque de misil Exocet AM 39 el 4 de mayo de 1982

• hundido mientras era remolcado el 10 de mayo de 1982

Características generales

Desplazamiento 4820 t

Eslora 125 m

Manga 14,3 m

Calado 5,8 m

Armamento • 1 Lanzadera doble misiles Sea Dart

• 1 cañón 114 mm Mk 8

Propulsión COGOG

• 2 turbinas Rolls-Royce Olympus TM3B

• 2 turbinas Rolls-Royce Tyne

• 2 hélices

Potencia • Olympus: 36 MW

• Tyne: 6 MW

Velocidad 30 nudos (56 km/h)

Autonomía 4500 nmi a 18 Nudos

Tripulación 287

Aeronaves 1 Westland Lynx HAS1

sábado, 10 de diciembre de 2022

Hundimiento del HMS Coventry

 Con las primeras luces del 25 de mayo el FAS programó un nuevo ataque destinado a destruir las unidades navales que operaban al norte de la Isla Borbón para sostener y alertar las incursiones provenientes del continente.

En Río Gallegos el capitán Pablo Marcos Carballo, el teniente Carlos Rinke, el alférez Leonardo Carmona, el primer teniente Mariano Velasco, el teniente Carlos Ossés y el alférez Jorge “Bam Bam” Barrionuevo recibieron la orden de alistamiento.

Sabiendo que les esperaba una difícil misión, los hombres del Grupo 5 se dirigieron a la habitación en la que los pilotos se colocaban los trajes antiexposición, seguidos por  varios de sus compañeros y personal de servicio, mientras intercambiaban opiniones y algún comentario jocoso para aligerar la tremenda tensión.

Cuando estuvieron listos salieron al exterior y con sus cascos en las manos, se encaminaron a los aviones. Los potros del aire esperaban a un costado de la pista, cerca de los hangares, donde mecánicos y técnicos efectuaban los últimos ajustes.

Al pie de los aviones, Carballo y Velasco dieron algunas instrucciones a sus subalternos y después subieron las escalerillas. Carballo lo hizo en su fiel C-225 a quien quería como a un amigo; Rinke abordó el C-214 y Carmona el C-239, conformando los tres la escuadrilla “Vulcano”.

El primer teniente Velasco hizo la última revisión de su aeronave y luego de intercambiar breves palabras con los mecánicos, subió velozmente y se ubicó en el asiento de su jet, el matrícula C-212. Su primer numeral, Carlos Ossés lo hizo en el C-204 y el alférez Barrionuevo en el C-207.

Después que los operarios les dieran el visto bueno, cerraron las cabinas y encendieron los motores mientras chequeaban el panel de control en espera de la orden de despegue. Antes de que el capitán Carballo cerrase la suya, el suboficial Escobar, parado a su lado en el extremo superior de la escalerilla, le preguntó si estaba conforme con la limpieza del parabrisas. El aviador asintió sonriendo alzando su pulgar.

La orden llegó unos minutos después y los seis cazas comenzaron a rodar hacia la cabecera de la pista, con los “Vulcano” en primer lugar. Mientras lo hacían, técnicos y asistentes lanzaban vivas agitando los brazos y revoleando sus gorras. Algunos, incluso, echaron a correr detrás cuando los aviones se dirigían al punto de partida, como queriendo brindarles el calor de su afecto hasta el último instante. 

Ya en la cabecera, a minutos de iniciar el despegue, el avión del alférez Carmona experimentó fallas que le impidieron salir. El aparato fue retirado y la sección quedó reducida a dos pilotos.

A las 15.00 horas en punto la torre de control dio la orden y uno tras otro, los Skyhawk comenzaron a carretear, atronando la atmósfera con el poder de sus turbinas, primero Carballo, después Rinke y luego los “Zeus” encabezados por Velasco.

A esa misma hora 15.00 (18.00Z), despegaron del “Hermes” los Sea Harrier XZ177 y XZ460 al comando de Neil Thomas y David Smith, para patrullar el área al norte de la Gran Malvina dirigidos por la “Broadsword” y el “Coventry”.

Una vez en el aire, los aviadores argentinos fueron en busca del Hércules KC-130 para el reabastecimiento, hallándolo en el punto señalado durante la planificación del ataque. Pero ocurrió que a la hora de efectuar el “enganche”, el teniente Ossés presentó algunos inconvenientes que le impidieron realizar la operación y por consiguiente, motivaron su regreso a la base.

De esa manera, las dos escuadrillas se redujeron a una sola de dos secciones, al mando del capitán Carballo. Y en esas condiciones, emprendieron vuelo hacia la Bahía del Rey Jorge.

En ese momento, Carballo comenzó a padecer un serio inconveniente que le recordó las palabras del suboficial Escobar antes de partir: la sal del mar se le estaba acumulando en el parabrisas dificultándole la visión.

Justo en ese instante, cuando sobrevolaba Puerto Ruiseñor, la sección entró en contacto con el avión de apoyo que volaba bajo el indicativo “Rayo” al comando del vicecomodoro Pereyra y el mayor Medina, quienes informaron sobre una PAC de Harrier que merodeaba por la región.

Debido al problema de la cristalización de la sal sobre los parabrisas, la formación debió cambiar el rumbo, bordeando la costa a muy baja altura y al repasar la Isla Pasaje, el radar de la “Broadsword” la detectó. En razón de ello su capitán, Bill Canning, ordenó a Thomas y Smith que alejasen sus Sea Harrier del lugar porque temía que fuesen derribados por fuego propio.

Los argentinos localizaron las siluetas de las embarcaciones en el horizonte y a una orden de su líder, se abalanzaron sobre ellas dispuestos a atacarlas, Carballo y Rinke sobre la “Broadsword”, Velasco y Barrionuevo sobre el “Coventry”.

Los pilotos entraron en la corrida de bombardeo con sus turbinas a toda potencia y a 60 metros del blanco, oprimieron los pulsadores de VHF y se concentraron sobre sus presas.

-¡Viva la Patria! – gritó Carballo.

Eran aproximadamente las 15.15 (18.15Z) cuando los radares del “Coventry” interceptaron emisiones de radio anormales a 160 kilómetros de distancia. Los operadores de pantalla no tardaron en comprender que se trataba de Skyhawk argentinos y lanzaron la advertencia.

-¡Contacto hostil perforando 2,3,0… rango 3,0 a 2,7,0, velocidad 2,8,0 rasantes! – advirtió el asistente del radar poniendo en alerta a la tripulación.

En ese preciso instante las alarmas comenzaron a sonar y los hombres echaron a correr hacia sus puestos mientras se colocaban sus trajes antiflama y cerraban las compuertas detrás de sí.

David Hart-Dyke, capitán del “Coventry” con mando sobre la flotilla integrada por el destructor y la fragata “Broadsword”, ordenó colocar los buques en posición reversa a los atacantes con la firme intención de enfrentarlos. Según recordaría años más tarde, los argentinos burlaban los radares al volar tan bajo entre los imperfectos contornos de las montañas, desapareciendo completamente de sus pantallas.

-¡Señor, dos contactos moviéndose rápidamente a 266 grados! – informó el radarista.

En esos momentos, los cazas enemigos sobrepasaban la Isla Borbón y se lanzaban mar abierto a más de 900 kilómetros por hora.

-¡Peligro de fuego a 270 grados!

En ese preciso instante, las dos secciones de Skyhawk fueron identificados por los sistemas Sea Dart.

-¡¡Compañía a cualquiera. Posible ruta 1,2,1,1 hostiles!! – anunció la voz del radarista cada vez más agitada.

-¡Aviones! ¡Pájaro, pájaro, hostiles 1,2,1,1! – agregó otro operador.

El vuelo rasante de los argentinos hacía que los británicos perdiesen constantemente sus señales, protegidos como estaban por el relieve de las islas, de ahí la dificultad en concentrar sobre ellos los sistemas de defensa. Por un momento, el radar de la “Broadsword” captó a los aviones con sus misiles Sea Wolf pero casi enseguida experimentó una falla y su pantalla los perdió de vista.

-1-9-5. ¡Viene muy bajo! – informó uno de los radaristas

-¡¡Alarma, avión!! – gritó uno de los vigías en cubierta señalando hacia el horizonte- ¡¡Reactiven todo!!

En el interior de la nave cundía la tensión.

-¡¡Vienen dos halcones!! – gritó el operador del radar.

-¡En uno, tomados! – dijo otro.

-¡¡Fuego!!

Sin perder un segundo, los cañones y las antiaéreas comenzaron a disparar ininterrumpidamente haciendo temblar el aire en tanto los marineros en cubierta accionaban sus ametralladoras livianas. Sin embargo, los aviones no estaban a distancia de tiro y seguían avanzando.

-¡A esa distancia no les podemos pegar, señor! – informó alguien, pero la advertencia fue en vano6.

Los cazas enemigos aparecieron frente a los buques desafiando temerariamente la artillería de a bordo.

El operador Peter Bradford se hallaba en uno de los hangares ojeando un catálogo de máquinas de cortar el césped cuando un compañero le advirtió que la nave estaba siendo atacada.

-¡Hey, Pete! ¡Vamos a ser atacados!

Bradford miró incrédulo a su interlocutor y éste le volvió a repetir:

-¡¡Estamos bajo ataque!!

Inconsciente aún del peligro, el joven marino de 19 años tomó su cámara fotográfica y corrió al exterior, decidido a registrar el paso de los aviones. “Va a ser algo bizarro, seguramente –pensó para sí – y a mi regreso tendré algo que mostrar a mi familia y amigos”. Pero ni bien salió a la cubierta se dio cuenta de lo que realmente ocurría.

-¡¡¿Pero, qué demonios es esto?!! – gritó instintivamente al ver a los cazas viniéndoseles encima.

Fue ahí donde su guerra comenzó.

Girando sobre sus talones, mientras el aire se sacudía por el tronar de los cañones, las ametralladoras y las turbinas de los aviones, Bradford entró corriendo al hangar al tiempo que gritaba como un poseído. Como diría muchos años después ante las cámaras de la BBC, nunca en su vida había estado tan asustado; nunca antes había experimentado semejante miedo.

Los cazas pasaron tronando sobre el destructor y enfilaron hacia la “Broadsword” en momentos en que la tripulación se arrojaba al suelo en busca de protección.

Carballo se sentía insignificante frente a aquellos colosos de hierro y la situación le recordaba las viejas películas de guerra que tantas veces había visto en cine y televisión.

Los aviadores avanzaban hacia el objetivo disparando sus cañones y ya se aprestaban a arrojar sus bombas cuando los sistemas de misiles los tuvieron en la mira.

Carballo lanzó primero y saltó por sobre la fragata, a centímetros de sus mástiles, seguido de cerca por Rinke.

-¡¿Pasó dos?! – preguntó ansioso por la radio.

-¡Si, señor! – respondió su numeral.

La respuesta llegó con unos segundos de retraso y eso le hizo pensar lo peor. Sin embargo, al escuchar a su compañero, el líder respiró aliviado e inició la maniobra de evasión para salir del alcance de los radares enemigos.

Sus bombas habían quedado cortas, pero una de ellas rebotó en el mar, golpeó la sección posterior de la nave, pasó sobre la cubierta destrozando el frente del helicóptero Lynx HAS.2 matrícula ZX729 del Escuadrón 815 y cayó del otro lado, explotando en el mar.

En el interior de las naves británicas la situación era otra,

-¡¡Señor, primer pájaro hostil 1,2,1,1. Solo contacto!! – informó el operador de radar.

-¡¡Dispárale a esos cerdos!! – le dijo alguien a Russell Ellis, encargado del sistema de misiles Sea Dart.

-¡Están a 16 kilómetros…14…!

Ellis intentó apuntar hacia los aviones y por una fracción de segundo los enfocó. Sin embargo, inmediatamente después volvió a perder la señal y cuando lanzó, el proyectil voló trabado, sin consecuencias, hasta perderse en el aire.

-¡Primero perdido. Primero perdido! – se anunció a través de la radio.

-¡Están a 12 kilómetros. Fuego encendido. Activado!

-¡¡Están a 9 kilómetros!!

-¡¡¡A todas las armas disponibles: fuego a discreción!!! – ordenó el capitán.

Las piezas en cubierta comenzaron a tronar mientras las ametralladoras escupían sus proyectiles ensordecedoramente.

La “Broadsword” capturó a Velasco y Barrionuevo mientras transitaban el último tramo de su corrida.

Los pilotos volaban a una distancia de 100 metros uno de otro, el primero a la derecha y el segundo a la izquierda un tanto retrasado y como no tenían radar, iban haciendo el control a simple vista, como mejor podían, Barrionuevo desde el frente a la izquierda y Velasco desde el frente a la derecha.

-¡Señor, a la izquierda están! - dijo el alférez por radio mirando a su guía (volaban ambos pegados al agua).

-¡Tengo blanco a la vista y estoy entrando! – gritó Velasco y enseguida hizo un brusco viraje a la izquierda obligando a su numeral a elevar su avión para no ser embestido.

La maniobra introdujo a Barrionuevo en el área de tiro del radar del “Coventry” y éste, por estar en automático, lanzó su Sea Dart.

En ese momento, el alférez escuchó por radio la voz del capitán Carballo que advertía a su numeral.

-¡¡El misil, el misil!!

-¡Quédese tranquilo, señor - respondió Rinke- No se preocupe que van por otro lado!

Efectivamente, el proyectil iba hacia otro lado, más precisamente, a donde se encontraban Velasco y Barrionuevo, pero no los alcanzó.

Los Sea Dart necesitan un tiempo para nivelarse e ir tras el blanco y como los aviones estaban muy cerca, le pasaron por debajo a vuelo rasante, logrando que aquel siguiese de largo.

“Bueno –pensó Barrionuevo- ahora por tiempo no me va a alcanzar.  A 900/950 kilómetros de velocidad como voy, el misil, a 1.6 o 1.8 de mach, no llega. Hasta que gire y me busque, habrá consumido todo su combustible y va a caer al mar porque su autonomía no pasa de 1 minuto a 1,10. Éste no me alcanza más”9.

La “Broadsword” estaba a punto de lanzar sus misiles cuando David Hart-Dyke, el capitán del “Coventry”, ordenó maniobrar a los efectos de interponerse entre los aviones y la fragata, sin saber que acababa de condenar a su buque.

La fragata volvió a perder los ecos y los cazas llegaron hasta el destructor sin ningún problema.

Barrionuevo, que volaba a 50 o 100 metros detrás de su guía, vio como las bombas del teniente Velasco perforaban el casco del destructor en tres sectores diferentes, a menos de un metro de la línea de flotación y estallaban en su interior. Dos de las de Barrionuevo erraron por poco pero la tercera logró penetrar la estructura y también explotó.

A una orden del capitán, con los cañones y los artilleros disparando en cubierta, el resto de la tripulación se arrojó al piso cubriéndose las cabezas instintivamente. Algunos marineros rezaban y otros, incluso, lloraban. Siguieron momentos que, según palabras de Hart-Dyke, parecieron los últimos.

El supervisor de radiocomunicaciones Sam Mac Farlane se tiró al piso junto a varios hombres y con la cabeza cubierta debajo del escritorio vio a dos operadores apoyados de espaldas contra la CCX.

-¡¡Salgan de allí idiotas; están en la línea de impacto de esa mierda que viene!! – les gritó.

Sin perder una décima de segundo, los marinos se avalanzaron hacia adelante y eso les salvó la vida.

En medio de las alarmas, Russell Ellis sintió un “zasp”, en lugar del estallido que esperaba escuchar. Las explosiones llegaron inmediatamente después.

Lo que ocurrió entonces fue una verdadera catástrofe. Las explosiones desencadenaron un infierno y los orificios, cataratas incontenibles de agua.

Mientras una bola de fuego recorría el interior de la nave desatando incendios incontrolables y cortando las comunicaciones, el capitán Hart-Dyke se incorporó y, semiaturdido como estaba, intentó caminar a través de la humareda. Logró ver que tenía las manos y el rostro quemados y que otros hombres corrían envueltos en llamas por los pasillos.

Una de las bombas estalló debajo de la sala de máquinas matando instantáneamente a nueve hombres. Según el capitán, había gente que gritaba y se arrastraba y otra que ardía “como si fueran velas”, la mayoría intentando alcanzar las salidas con desesperación.

Seguido por varios de sus subalternos y en medio de gran confusión, Hart-Dyke subió una escalinata de hierro completamente deformada por el calor y llegó hasta el puente de mando. El lugar parecía un infierno, envuelto en llamas y cubierto de humo. Como pudo se abrió paso hasta que al llegar a un punto, debió ponerse en cuatro patas para desplazarse más rápidamente, pegando su nariz lo más cerca posible del piso donde el aire era más puro. A esa altura, el sistema de comunicaciones y de refrigeración había dejado de funcionar.

-¡¡Coventry!! – anunciaron desde el HMS “Broadsword” al resto de la flota- ¡¡Ambos lados. El Coventry parece haber sido impactado en ambos lados! ¡¡El Coventry voló!!

La Task Force enmudeció por unos segundos.

A todo esto, en el destructor, el oficial de operaciones Dick Lane intentaba hacer funcionar su radar de largo alcance cuando por el hueco de la escalerilla que conducía a la cubierta inferior emergió un hombre envuelto en llamas.

-¡¡Dick!! ¡¡Dick!! – gritaba el sujeto desesperado - ¡¡Ayúdame, por favor!! ¡¡Ayúdame Dick!!

Lane comenzó a arrastrarse por entre las llamas, desesperado por socorrer al pobre marino; haciendo un esfuerzo supremo se deslizó hacia él y en el preciso instante en que extendía sus manos para sujetarlo, este cayó por el agujero gritando aterrorizado. Recordaría esa escena por el resto de su vida.

En ese momento, el capitán vio al oficial O’Connell, su segundo en el mando, a quien le ordenó poner en marcha la nave para alejarse rumbo al este lo más rápidamente posible. Enseguida se dio cuenta de que aquello era un disparate porque el buque se estaba hundiendo, pero al volverse para advertir a O’Connell, este ya había desaparecido para cumplir la orden.

Los hombres ganaron el exterior, muchos de ellos con horribles quemaduras, y comenzaron a abandonar la nave, inflando previamente las balsas y ayudándose con los chalecos salvavidas.

Una vez en cubierta, el oficial de operaciones Chris Howe sintió las terribles heridas que tenía por todo el cuerpo pero según explicaría años después a la BBC, la adrenalina lo ayudó a mitigar los dolores. Al ver a varios de sus compañeros en carne viva pensó que después de todo, lo suyo no era tan terrible. “Estos tipos no van a sobrevivir”, se dijo al sentir las primeras curaciones.

A las 15.48 (18.48Z) el barco comenzó a escorarse rápidamente.

El capitán Hart-Dyke se introdujo en el agua y abordó uno de los botes. En el momento en que lo hacía, recordó a un suboficial de apellido Burke que le había regalado una estampita con la imagen de San José diciéndole que con ella tendría el regreso asegurado. Grande fue su alegría al hallarlo a bordo de la balsa.

-¿Vio, señor? – le dijo el marinero sonriendo – Siempre da resultado.

La balsa, sin embargo, comenzó a ser absorbida por el destructor y así fue como se incrustó contra uno de los cañones de 4,5 pulgadas, pinchándose con la punta de un misil. Todos sus ocupantes terminaron en el agua helada, braceando e intentando asirse de algo. La mayoría trepó por la estructura del barco y al alcanzar los puntos más altos, permaneció aferrada hasta la llegada de los helicópteros.

Varios Sea King y Wessex se aproximaron desde San Carlos y guiándose por las densas columnas de humo que se elevaban desde el buque. Los pilotos hicieron maravillas para subir a los heridos y recoger a quienes aún permanecían a bordo.

Una vez en el “Broadsword”, Hart-Dyke pudo ver en qué estado se encontraba, especialmente sus manos, su rostro y sus pies, estos últimos azules por el frío.

Diecinueve hombres perecieron en el “Coventry” y uno más en los días posteriores; doscientos ochenta y tres lograron salvarse, algunos de ellos con graves heridas y quemaduras que les dejarían secuelas de por vida.

A las 16.22 (19.22Z), veinte minutos después del ataque, el buque se dio vuelta de campana y comenzó a desaparecer bajo las grises aguas del Atlántico Sur, con la “Broadsword” y varias balsas salvavidas peligrosamente cerca de su estructura.

En ese momento, los tenientes Andy Auld y Ted Ball al comando de los Sea Harrier matrícula ZA177 y ZA 176 del Escuadrón 800, sobrevolaron la escena del desastre y alcanzaron a ver al buque poco antes de desaparecer. Era el tercer destructor clase 42  que Gran Bretaña perdía en combate y eso dejaba en claro la ineficacia de los sistemas misilísticos de la flota y sus alertas tempranas. Una evaluación posterior permitiría determinar que el intenso frío parecía ser la causa del desperfecto al afectar los sistemas de guiado y orientación.

En un primer momento, los náufragos fueron asistidos por los tripulantes de la fragata donde pudieron bañarse y cambiarse de ropa antes de ser transferidos al RFA “Fort Austin” (A386). Los heridos fueron conducidos inmediatamente al hospital de Bahía Ajax donde los enfermeros supervisados por Rick Jolly les brindaron una atención más exhaustiva.

Uno de los héroes de la jornada fue el teniente Alf Trupper, al aproximar su helicóptero a las llamas tratando de rescatar a más de cincuenta hombres.

Mientras eso ocurría en el mar, los cuatro aviadores regresaban eufóricos a Río Gallegos, lanzando tales vivas y gritos de triunfo que el vicecomodoro Pereyra debió llamarlos al orden, solicitándoles silencio de frecuencia.

Poco después Rinke manifestó ciertas dificultades con su velocímetro pero pasado un tiempo pudo comprobar que el inconveniente no revestía gravedad, algo que el capitán Carballo agradeció a Dios.

Cuando los pilotos vieron la pista, el líder llamó a la torre de control e informó que llegaban todos sin ningún problemas, información que causó algarabía entre el personal de la base.

-¡En el día de la patria, misión cumplida! – dijo Carballo a través de la radio.

Los bravos aviadores recibieron una ruidosa y calurosa bienvenida.

Barrionuevo aterrizó último y lo primero que vio después de posarse fueron las largas hileras de mecánicos, operarios y personal de la base encolumnados a ambos lados de la pista, agitando banderas y gorros. Gritaban y saltaban eufóricos lanzando vivas a la patria en tanto varios de ellos seguían a los aviones a la carrera mientras rodaban hacia la plataforma. “Que bueno –pensó- están festejando el día de la patria y deben estar contentos por el regreso de los cuatro aviones”.

Después de estacionar detuvo los motores y al abrir la cabina, vio a sus compañeros del Grupo 5 y hasta el jefe del escuadrón acercándose eufóricos a saludarlo.

Caracteristicas del buque.

Astillero Cammell Laird.

Clase Tipo 42.

Tipo Destructor.

Operador Marina Real británica.

Iniciado 29 de enero de 1973.

Botado 21 de junio de 19741.

Asignado 20 de octubre de 1978​.

Baja 25 de mayo de 19822​.


Características generales.

Desplazamiento 4.820 toneladas.

Eslora 125 m.

Manga 14,3 m.

Calado 5,8 m.

Armamento • 22 Sea Dart.

• 1 Cañón naval Mk 8 de 114 mm.

• 2 cañones Oerlikon 20 mm.

• 2 tubos STWS Mark 2 de torpedos.

• 2 lanzadores de chaff.

Propulsión COGOG (Combined Gas or Gas).

• 2 turbinas a gas Rolls Royce Tyne RM1A.

• 2 turbinas a gas Rolls Royce Olympus TM38.

• 2 ejes

Potencia 36 MW.

Velocidad 30 nudos (56 km/h).

Tripulación 287.

Aeronaves Westland Lynx HAS.Mk.1/2.


Fuente y agradecimiento: Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur / blog.

lunes, 21 de noviembre de 2022

HMS Ardent

 En la madrugada del 21 de mayo, la fragata HMS “Ardent” se hallaba en la bahía de San Carlos formando junto a la HMS “Broadsword”, el HMS “Antrim”, el HMS “Argonaut” y el HMS “Arrow”, un escudo defensivo tendiente a “atajar” las oleadas de aviones provenientes del continente. Junto a esa tarea, se le había encomendado cañonear las posiciones argentinas en Puerto Darwin y Prado del Ganso evitando posibles incursiones de los Pucará desde ese aeródromo.

A las 11.30 hora argentina (14.30Z) despegó desde la base aérea de Río Gallegos la escuadrilla “Mula” integrada por cuatro Skyhawk A4B del Grupo 5 de Caza, encabezada por su líder, el capitán Pablo Marcos Rafael Carballo, con sus numerales, el teniente Carlos Rinke, el primer teniente Carlos Cachón y su escolta, el alférez Leonardo Carmona, cerrando la formación.

Las aeronaves despegaron una tras otra, volando directamente hacia el punto de encuentro con uno de los dos Hércules KC-130 que la FAS mantenía en operaciones entre las islas y el continente.

Los aviones se aproximaron pausadamente y de ese modo, uno a uno se fueron enganchando a la manguera, primero el jefe de la sección, después su primer numeral y enseguida el primer teniente Cachón. Fallas técnicas impidieron a este último cargar combustible por lo que después de informar a su líder y comunicarse con la torre de control, hizo un amplio viraje y regresó a la base.

Los pilotos restantes se dirigieron hacia el objetivo volando en un día realmente espectacular, con un cielo cubierto en un 50% y una visibilidad excelente. El capitán Carballo pensó para sí que aquella era la jornada ideal para efectuar un vuelo en tiempos de paz ya que según lo que relata en Dios y los Halcones, todo era azul, cielo y mar, un cielo y un mar tan inmensos que de caer al agua, nadie podría encontrarlos.

Los jets entraron a vuelo rasante por la Bahía San Julián, al oeste de la Gran Malvina, sobrevolando tierra hasta el monte María, al que encontraron cubierto de nubes. Al llegar a ese punto, se desviaron un tanto a la derecha y tomando a los montes Hornby como referencia, siguieron avanzando a una velocidad que oscilaba entre los 900 y los 950 km/h, buscando al enemigo.

Fue entonces que el teniente Rinke comenzó a experimentar problemas en su tanque suplementario ubicado debajo de las alas, que de manera repentina dejó de enviar combustible al principal. En vista de ello, el capitán Carballo le ordenó regresar pero aquel se negó aduciendo que podía continuar.

El líder tuvo que ponerse firme para que Rinke obedeciera. De mala gana, el bravo numeral viró hacia el oeste y a la misma velocidad se alejó hacia Río Gallegos en tanto la escuadrilla, reducida al capitán Carballo y el alférez Carmona alcanzaba la ladera oeste de las alturas Hornby y en sentido contrario, pegándose lo más posible al mar. En esos momentos, la fragata “Ardent”, se desplazaba hacia el norte cumpliendo la directiva de contener los ataques que pudiesen llegar desde el sur.

Mientras tanto, dejando atrás los montes Hornby, Carballo y Carmona divisaron una bahía que se extendía al otro lado del estrecho y dentro de ella lo que les parecía ser una fragata clase 21.

Lanzando el grito de guerra de la Fuerza Aérea Argentina (¡Viva la Patria!), los dos pilotos se lanzaron sobre su presa listos para atacar. Pero hubo algo que llamó poderosamente la atención del guía: la nave no le disparaba y recordando el incidente del 1 de mayo cuando bombardeó y ametralló por error al transporte “Formosa”, se abstuvo de disparar temiendo que fuera propia. Intentando prevenir a Carmona, estableció contacto de radio con él para manifestarle su temor pero su reacción fue tardía ya que para entonces, el joven numeral había lanzado sus bombas. Fue un breve momento de incertidumbre para los aviadores, incertidumbre que desapareció al instante cuando al virar hacia la izquierda comprobaron aliviados que se trataba de un buque enemigo.

Como el alférez Carmona se había quedado sin bombas, Carballo le ordenó retirarse en tanto él seguía solo hacia el norte, en busca de un nuevo blanco. Volando rasante, con las aguas discurriendo a gran velocidad debajo de su avión, el líder de la formación sintió una extraña sensación de confianza y una euforia especial que atribuyó al hecho de volar en la Gracia de Dios.

De repente, al ingresar en la Bahía Ruiz Puente apareció ante él una fragata que sin ninguna duda era enemiga. Se trataba del HMS “Ardent” que por la primera impresión que tuvo, no le pareció tan grande como se había imaginado a las clase 21. Poniendo sus motores a plena potencia, Carballo se lanzó al ataque al tiempo que la embarcación abría fuego sobre él.

El argentino vio que el agua parecía hervir a causa de las esquirlas y que algo muy veloz pasaba a 50 metros de su ala derecha (sin ninguna duda un misil), mientras una suerte de túnel formado por los disparos y proyectiles que le tiraban, tomaba cuerpo delante. De esa manera, siguió avanzando entre las columnas de agua que levantaban las municiones, disparando a su vez con sus cañones de 30 mm con los que perforó el casco de la nave. Al cabo de dos minutos que le parecieron interminables, se elevó y lanzó sus bombas.

Una cosa que le llamó poderosamente la atención fue el sonido de una extraña respiración que le llegó a través de sus auriculares; algo así como los estertores de alguien que agonizaba. El alférez Carmona, que en esos momentos regresaba al continente, también los sintió y así lo manifestó después de la misión. Tardaría mucho en darse cuenta pero al fin comprendió que se trataba del retumbar de su propia respiración.

Carballo tuvo la sensación de que se iba a estrellar contra las antenas de la nave pero un movimiento instintivo de su palanca y la pérdida de peso que el avión experimentó al lanzar las cargas explosivas, lo hicieron tomar altura y pasar por encima de ellas, a muy pocos centímetros de la más elevada. Casi enseguida recuperó la calma y virando suavemente hacia la izquierda se pegó al mar mientras daba plena aceleración a sus turbinas. Entonces notó que una columna de humo se elevaba desde la proa de la fragata, distante a tres kilómetros a su izquierda y que el buque no le disparaba.

Tras un retorno sin sobresaltos, Carballo aterrizo en Río Gallegos y al descender de su avión, tuvo la grata sorpresa de que en el aeropuerto lo estaba esperando el brigadier Basilio Lami Dozo quien había estado siguiendo desde la base las incidencias de la misión, acompañado por altos oficiales de la fuerza.

Lami Dozo ya había hablado con el alférez Carmona (una fotografía suya estrechando la mano del joven aviador, rodeados por otros jefes de la Fuerza Aérea, fue publicada en el libro La campaña de las Malvinas de los españoles Bendala, Martín y Pérez Seoane) y se había impuesto de los planes de batalla que se habían programado para todo ese día.

Junto al alto oficial, integrante de la Junta Militar, Carballo y sus superiores se encaminaron al interior del edificio donde los pilotos tenían su sala y allí lo puso al tanto de los pormenores de su incursión. Lami Dozo les habló a todos sus pilotos felicitándolos por su profesionalismo e incitándolos a seguir adelante, con los dientes apretados, porque la lucha continuaba y todavía quedaba un largo camino por recorrer.

El HMS “Ardent” había recibido impactos de cañones de 30 mm y la bomba de Carballo que si bien no llegó a explotar, causó importantes averías y un incendio de magnitud que los británicos pudieron controlar al cabo de varias horas de trabajo. Pero aquello no había sido todo. 

A las 10.15 hs (13.15Z) seis Skyhawk A4Q navales despegaron desde Río Grande conformando una escuadrilla de dos secciones que debían atacar a los buques de transporte que navegaban frente a Puerto Zorro (Bahía Fox).

Integraban la primera el capitán Rodolfo Castro Fox (jefe de la escuadrilla), el teniente de fragata Daniel Olmedo y el teniente de navío Marcos A. Benítez y en tanto la segunda, iba conformada por el capitán de corbeta Carlos Zubizarreta, el teniente de corbeta Félix Médici y el teniente de navío Carlos Oliveira.

Mientras volaban hacia sus blancos, sin haber hecho reabastecimiento en vuelo debido a la urgencia de prestar apoyo aéreo, se les ordenó cambiar de ruta y dirigirse hacia el norte del estrecho donde, en esos momentos, penetraban dos barcos. 

En cumplimiento de esa directiva los pilotos se encaminaron hacia el nuevo objetivo y cuando se hallaban a mitad de recorrido, recibieron una nueva comunicación que les informaba que los buques que en esos momentos ingresaban en San Carlos eran doce y no dos. Escasos de combustible, los A4Q abortaron la misión y regresaron a la base a efectos de planificar una nueva incursión y proveerse del armamento adecuado.

Mientras tanto, aguardando en pista se encontraban el capitán de corbeta Alberto J. Philippi, el teniente de fragata Marcelo Gustavo Márquez y el teniente de navío José César Arca esperando la orden para decolar, el primero en el avión matrícula 3-A-318, el segundo en el 3-A-319 y el tercero en el 3-A-294. Recibida la directiva desde la torre, los aviadores navales dieron máxima potencia a sus turbinas e iniciaron el carreteo con una diferencia de un minuto entre uno y otro. Bajo una persistente y fría llovizna, los cazas navales se elevaron uno después de otro llevando cuatro bombas con cola de retardo cada uno además 190 cargas de proyectiles de 20 mm en sus cañones.

Volando a 30.000 pies de altura y a 900 km/h pusieron proa hacia los objetivos seguidos a escasos seis minutos por los tenientes de navío Benito Italo Rotolo como sublíder en el avión matrícula 3-A-306, Roberto Gerardo Sylvester en el 3-A-301 y Carlos Alberto Lecour en el 3-A-305, con la misión de prestar apoyo al capitán Philippi.

A poco de adentrarse en el mar, desde la torre de control de Río Grande se le comunicó al líder que un PAC de por lo menos cuatro Sea Harrier protegía a las unidades de superficie y que en caso de no hallar el blanco debían dirigirse a San Carlos para atacar a los barcos allí apostados.

Con la Gran Malvina a la vista, Philippi ordenó iniciar el descenso, efectuando para ello un balanceo con sus alas dado que estaba terminantemente prohibido romper el silencio de radio. De ese modo, al iniciar la maniobra, los pilotos conectaron sus masters de armamento y aceleraron.

Debido al fuerte viento de cola los Skyhawk llegaban con cinco minutos de anticipación a la zona. Eso no solamente los catapultó hacia delante con mas velocidad sino que los ayudo a ahorrar combustible, algo que el 1 de mayo esperaron en vano cuando se programó el ataque a la Task Force desde el “25 de Mayo”.

Durante su corrida de aproximación, Philippi, en condiciones climáticas desfavorables, con lluvias, chubascos y un techo de nubes bajo, descendió todavía más, hasta tocar casi las aguas, maniobra que imitaron sus numerales inmediatamente. En esas condiciones alcanzaron la Isla de los Pájaros, al sudeste de la Gran Malvina, pegándose a la costa a 50 pies de altura con una visibilidad que no alcanzaba los 1000 metros.

El mencionado promontorio emergía de las negras aguas del mar como una mole rocosa de impresionantes dimensiones en cuya base rompían con fuerza las olas.

Mientras volaban atentos para no chocar contra los accidentes geográficos, con el agua del mar salpicaba sus parabrisas, Philippi pensó si era acertado seguir adelante o si en realidad, convenía regresar. De haber optado por la primera opción, hubiera sido una decisión totalmente justificada dadas las difíciles condiciones que imperaban en esos momentos. Además, las fragatas contaban con un sistema de misiles Sea Wolf que disparaban automáticamente cuando el radar captaba sus blancos a 5 millas de distancia. Sin embargo, decidió seguir, confiando en la Providencia. A bordo de las naves sabían que los pilotos atacantes carecían de detector de contramedidas electrónicas y que su visibilidad era de apenas 4 millas, es decir, una menos que la de los misiles y que eso los hacía presas extremadamente fáciles de aquel mecanismo. Sin embargo, los Skyhawk siguieron avanzando, girando hacia la izquierda, casi a ciegas buscando el rumbo 070º para cruzar hacia el estrecho de San Carlos y atravesarlo en solo cuatro minutos.

Para ese entonces la fragata “Ardent” se había ubicado en la ensenada de Grantham Sound y cañoneaba desde allí Puerto Darwin y Prado del Ganso en un intento por neutralizar a los Pucará que operaban desde allí y de paso, apoyar el ataque de distracción que los SAS efectuaban a 18 kilómetros del lugar.

En su avance, el capitán Philippi rompió inconcientemente el silencio de radio cuando se dijo a sí mismo en voz alta: “que largo es esto”. Nadie le respondió pues, en esos momentos, reinaban la tensión y la ansiedad.

Cuando los argentinos llegaron al punto calculado, no encontraron nada, razón por la cual, se dirigieron al blanco alternativo sobrevolando la costa oeste de la Isla Soledad en dirección norte.

Giraron a la izquierda, pusieron rumbo 025º y poco después comenzaron a recorrer las playas, siempre a 50 pies de altura y 450 nudos de velocidad. Fue ahí cuando notaron que el clima comenzaba a mejorar.

La escuadrilla repasó Puerto Finlay y casi enseguida ubicó un buque muy cerca de Puerto Rey (Bahía King) al que Philippi señaló a sus escoltas moviendo las alas. Sin embargo, casi al mismo tiempo, se dio cuenta que se trataban del averiado “Río Carcarañá” y desistió de atacar.

Cinco millas antes de alcanzar Bahía Ruiz Puente los aviadores navales vieron un barco que se movía detrás del promontorio rocoso conocido como Isla del Noroeste, sobre el extremo norte de la misma, muy cerca de Punta Federal y decidieron que ese sería su blanco. Fue el teniente Arca quien rompió el silencio para dar el alerta a sus compañeros.

-¡Vamos a atacar! – ordenó el capitán Philippi mientras la formación entraba en la corrida de tiro.

Después de conectar los masters de armamentos, los argentinos atravesaron la bahía y embistieron de babor a estribor. 

Al verlos venir, la fragata aceleró tanto sus motores que Philippi necesitó hacer una brusca maniobra hacia la izquierda para arrojarle sus bombas, haciendo perder su radio de giro al teniente Arca.

Con el teniente Márquez a su izquierda, el capitán Philippi accionó sus cañones pero estos se negaron a disparar. Lanzando una maldición siguió avanzando y cuando estuvo a distancia de tiro, arrojó sus bombas mientras desde la fragata le disparaban frenéticamente.

El capitán Alan West se encontraba en el puente de mando, hablando con la sala de máquinas, cuando vio venir a los jets. A los gritos ordenó a todos buscar cobertura e inmediatamente después se arrojó al suelo mientras una impresionante explosión hacía estremecer la nave.

En el comedor se encontraba el suboficial Ken Entiakajab, jefe del equipo de control de daños y responsable de los sistemas de refrigeración, aire acondicionado y maquinarias domésticas, quien a poco de producirse el estallido, se incorporó y echó a correr hacia el lugar del impacto, seguido por algunos de sus hombres. El característico olor acre y el humo denso comenzaban a inundar los pasillos interiores del “Ardent” en tanto numerosas vías de agua empezaban a inundar las cámaras próximas a las cubiertas superiores. Había rajaduras en los techos de las recámaras contiguas al lugar de la explosión y daños de distinta consideración por todas partes.

Rápidamente ordenó a su equipo preparar las bombas para extraer el agua y trabajando duro con su gente logró aislar los sistemas en torno al área siniestrada, disminuyendo con ello el ingreso del líquido. Se efectuó entonces una evaluación de los daños y se comprobó que todos los tableros estaban destruidos, cortados a la mitad con sus cables colgando y que existía peligro de que alguien se electrocutase. En ese sentido, se tomaron los recaudos necesarios para que ello no ocurriera alejándose a la gente del lugar.

Pese a que los motores todavía funcionaban, poco a poco, muy lentamente, la nave comenzó a escorarse.

Después de lanzar sus bombas, el capitán Philippi saltó por encima del buque e inició la retirada mientras se las ingeniaba para evitar el contraataque enemigo. 

Se hallaba inmerso en esa maniobra cuando le llegó nítida la voz del teniente Arca:

“¡¡Bravo señor, una en la popa!!

El teniente Arca tenía esperanzas de que las bombas de Philippi erraran el blanco para no recibir el impacto de sus esquirlas, pero no fue así, la cuarta dio de lleno en la parte posterior de la nave y produjo una explosión tremenda. No le quedó más remedio que lanzar las suyas mientras atravesaba la columna de fuego que había desencadenado su líder.

Detrás suyo llegó el teniente Márquez arrojando también sus cargas explosivas y luego los tres, al mismo tiempo, iniciaron el escape lo más pegado posible al agua, Philippi adelante, Arca mil metros detrás y Márquez a otros mil quinientos, cerrando la formación.

En plena maniobra de escape, 15 segundos después de efectuado el ataque, la sección fue detectada por un PAC de Sea Harrier que patrullaban el sector y que orientados posiblemente por la “Brilliant”, se lanzaron tras ella. 

El teniente Márquez fue quien dio el alerta por radio, informando que los aviones enemigos se les venían encima por la izquierda. 

-¡¡Harrier!! ¡¡Harrier enemigos a la izquierda!! – gritó.

Se trataba de los tenientes John Leeming y Clive Morell del Escuadrón 800 embarcado en el “Hermes”, quienes advertidos sobre las explosiones en el “Ardent y observando las evoluciones que efectuaban los cazas argentinos, iniciaron su persecución.

Al verlos aproximarse, el capitán Philippi ordenó desprender los tanques de las cargas exteriores de combustible e iniciar la retirada hacia el sur del estrecho. Morell disparó una ráfaga con sus cañones y alcanzó al teniente Márquez cuyo avión estalló y se desintegró en el aire. Leeming, a su vez, lanzó un Sidewinder que comenzó a seguir de manera implacable al capitán Philippi cuando aquel pronunciaba un cerrado giro. El misil pegó en la parte trasera de la aeronave pero no la derribó.

Philippi sintió la explosión y casi enseguida una fuerte sacudida. Cuando el avión comenzaba a encabritarse con la nariz hacia arriba y girando hacia la derecha, notó que la palanca de mandos no le respondía. Instintivamente giró su cabeza a su diestra y vio que un Sea Harrier se le acercaba para rematarlo, demasiado cerca, según su parecer.

No lo dudó más. Informó a su división por radio que había sido alcanzado, que estaba cayendo, y que se encontraba bien, accionó la palanca de su asiento y se eyectó perdiendo el conocimiento instantáneamente debido a la gran velocidad que llevaba el avión. El combate, sin embargo, no había terminado.

Persiguiendo al teniente Arca, Morell disparó uno de sus misiles pero el mismo se negó a salir. Al ver eso, oprimió el obturador y lo alcanzó en pleno con sus cañones, sin lograr abatirlo. El argentino sintió los impactos pero comprobó aliviado que el aparato le respondía por lo que, accionando su palanca, tomó altura e intentó evadirse realizando un nuevo giro. Pero el teniente Leeming estaba allí y lo acribilló con sus cañones.

Arca vio que las luces de alarma de su tablero se encendían al mismo tiempo y eso era señal de que estaba en grave peligro. Sin embargo, giró nuevamente hacia la izquierda comprobando aliviado que los Sea Harrier se retiraban, apremiados por la falta de combustible y eso le dio cierta esperanza de sobrevivir. Sabía que en las condiciones en que se encontraba su avión no podría alcanzar el continente y por esa razón se dirigió a Puerto Argentino con la intención de aterrizar allí. Se eyecto y fue rescatado por un helicoptero del Ejercito Argentino.

Mientras tanto, en San Carlos, la fragata “Ardent” era un verdadero infierno. Había recibido en la popa, el impacto de cuatro bombas de 230 kilogramos (500 libras cada una) dos de Philippi, una de Arca y otra de Márquez, las que al estallar con inusitada violencia, desataron incendios imposibles de controlar. Cuando el capitán Alan West llegó al sector y comprobó los daños, no tuvo la menor duda de que su barco había quedado fuera de combate con su sistema de misiles inutilizado y el humo invadiéndolo todo. Aún así, todavía tenía esperanzas de poder salvarlo. 

En otro sector, el oficial Entickajab se desmayó a causa de las heridas que había recibido en su cabeza, por lo que debió ser evacuado. Cuando volvió en sí, comprobó aterrado que tenía un trozo de fórmica incrustado en el cráneo. Mientras intentaba quitárselo, escuchaba los gritos de los tripulantes y sentía el aire completamente enrarecido. Al intentar pararse, comprobó que le era imposible hacerlo, lo mismo cuando quiso ponerse en cuatro patas con la idea de alejarse del lugar gateando. Fue entonces que empezó a rezar, seguro como estaba, de que iba a morir. 

Afortunadamente para él, alguien lo levantó y comenzó a arrastrarlo por entre los escombros y poco después, una ráfaga de aire puro invadió sus pulmones y le devolvió parte de su vitalidad; estaba en cubierta, al aire libre, donde el marinero Dillon le colocó un chaleco salvavidas. Cerca de allí el apuntador de misiles Sea Cat se hallaba cubierto de sangre, después de haber volado por el aire.

Varios marineros se arrojaron al agua y comenzaron a nadar. Un barco pasaba cerca y un helicóptero Wessex se aproximaba trayendo a bordo al abnegado cirujano mayor Rick Jolly, quien ordenó evacuar a los heridos hacia el “Canberra”.

Entickajab quedó internado allí, donde tras amputarle dos dedos de su mano derecha, debió ser atendido de sus graves heridas en la cabeza y la espalda. 

Después de recibir la novedad de que también el cañón de 110 mm estaba fuera de servicio, el capitán West intentó llevar su nave hacia un lugar seguro. Sin embargo, a esa altura, el “Ardent” era un verdadero caos. Aún así, cinco hombres de su dotación, al mando del teniente de navío John Sephton se apostaron en las ametralladoras montadas sobre los afustes y allí se encontraban cuando los sorprendió el tercer ataque.

La sección del teniente Benito Italo Rotolo llegó a la bahía seis minutos después que la de su líder, el capitán Philippi. Cuando iniciaba el descenso en busca de los objetivos, escucharon por radio las vicisitudes del combate en el que los Sea Harriers se abatían sobre sus compañeros. Eso les dio fuerzas y los impulsó a aumentar la velocidad.

-¡A babor! - gritó el teniente Rotolo a través de la radio al ver un buque en la ensenada.

Los aviadores se pegaron al agua y mientras entraban en la corrida de tiro, comenzaron a zigzaguear con violencia para esquivar los provenientes de las naves apostadas junto a los morros cercanos; incluso un misil pasó muy cerca de ellos. 

A 60 metros de la fragata, el teniente Rotolo tomó altura, niveló su avión y apuntó mientras el mar se llenaba de piques.

El teniente Lecour vio su lanzamiento horquillando el blanco sin provocar daños pero levantando enormes columnas de agua que sacudieron al buque. El arrojó las suyas y detrás hizo lo propio el teniente Sylvester iniciando, los tres, maniobras de escape sin perder de vista a su líder dado que era el único que llevaba el equipo de navegación VLF y solo disponían de eso para orientarse.

-¡Rompo por derecha y me voy por el morro del costado! – comunicó Rotolo a través de la radio.

El silencio angustiante que siguió a continuación le hizo temer lo peor. Sin embargo, para su alivio, segundos después aparecieron sus numerales a ambos lados, primero Lecour y luego Sylvester, iniciando los tres el regreso a Río Grande. 

Una de las bombas del teniente Lecour pegó muy cerca del orificio producido por la bomba del capitán Carballo, penetrando en profundidad y estallando debajo de los depósitos de combustible.

La embestida fue demoledora y terminó por sellar la suerte de la embarcación. Sephton murió en el acto, alcanzado por las ráfagas de los jets y los estallidos desencadenaron nuevos y feroces incendios que se expandieron a gran velocidad.

Veintidós hombres murieron a bordo del “Ardent” y un número similar resultó con lesiones graves. Helicópteros Sea King y Wessex se acercaron a la nave una vez pasado el peligro y comenzaron a trasladar a los heridos a otras embarcaciones.

La mayoría de ellos presentaban espantosas quemaduras en tanto otros marineros eran extraídos del interior por sus compañeros, semiasfixiados o completamente  inconscientes. El resto de la tripulación se hallaba extremadamente shockeada por la intensidad y violencia de los ataques.

La nave era pasto de las llamas cuando su comandante, con lágrimas en los ojos, impartió la orden de abandono. Muchos de sus oficiales y varios marineros también lloraban; el típico llanto de pena e impotencia de los hombres de verdad cuando después de darlo todo, se enfrentan a algo inevitable.  Ardió toda la noche y a la mañana siguiente se hundió a la altura de un promontorio conocido como Punta Naufragio. El capitán diría después del conflicto que desde el principio de la crisis supo que iba a haber guerra “…porque los argentinos no se iban a retirar ya que esa no era la actitud de su pueblo” ( Michael Milton, Peter Kosminsky, Hablemos Claro).

La fragata HMS “Yarmouth” se aproximó a la “Ardent” y se situó a su lado para recibir a los sobrevivientes en tanto helicópteros Wasp se sumaban a la tarea de trasladar a los heridos hasta el “Canberra”.


El HMS “Ardent” (F184)

Astillero Yarrow de Glasgow, Escocia.

Clase Fragata.

Tipo Tipo 21.

Operador Marina Real británica.

Autorizado 17 de abril de 1973.

Iniciado 26 de febrero de 1974.

Botado 9 de mayo de 1975.

Asignado 13 de octubre de 1977.

Destino Hundido por aviones argentinos en 22 de mayo de 1982.

Características generales

Desplazamiento 3250 t a plena carga.

Eslora 117 m.

Manga 12,73 m.

Calado 5,94 m.

Armamento • 1 cañón de 114 mm.

• 4 lanzamisiles MM38 Exocet.

• 2 cañones de 20 mm.

• 1 Sistema lanzamisiles Cúadruple Sea Cat.

• 6 tubos lanzatorpedos (2 × 3).

Propulsión COGOG:

• 2 turbinas de gas Rolls-Royce Olympus.

• 2 turbinas de gas RM1A Rolls-Royce Tyne para crucero.

Velocidad 32 nudos.

Autonomía • 4000 mni a 17 nudos.

• 1200 mni a 30 nudos.

Tripulación 177.

Aeronaves • Original:1 helicóptero Westland Wasp.

• Modificado para 1 helicóptero Westland Lynx.

Se percibe una dosis de resentimiento en las palabras del capitán West cuando le dijo a los periodistas Michael Milton y Meter Kosminsky, autores de Hablando Claro, que en absoluto lo había sorprendido la decisión y profesionalidad de los aviadores argentinos, lo mismo al minimizar la pérdida de su buque diciendo que “…ellos cayeron en la trampa tendida de ex profeso al atacar a los buques de guerra” ( Michael Milton, Peter Kosminsky, Hablemos Claro). En contraposición, el corresponsal de la BBC a bordo de la Royal Navy, Brian Hanraham, tuvo expresiones mucho más gallardas al afirmar: “Los pilotos argentinos se comportaron como verdaderos kamikazes”. Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur

Fuente: Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur. Alberto N. Manfredi (h)  Páginas 355 a 365 (fragmento).