sábado, 10 de diciembre de 2022

Hundimiento del HMS Coventry

 Con las primeras luces del 25 de mayo el FAS programó un nuevo ataque destinado a destruir las unidades navales que operaban al norte de la Isla Borbón para sostener y alertar las incursiones provenientes del continente.

En Río Gallegos el capitán Pablo Marcos Carballo, el teniente Carlos Rinke, el alférez Leonardo Carmona, el primer teniente Mariano Velasco, el teniente Carlos Ossés y el alférez Jorge “Bam Bam” Barrionuevo recibieron la orden de alistamiento.

Sabiendo que les esperaba una difícil misión, los hombres del Grupo 5 se dirigieron a la habitación en la que los pilotos se colocaban los trajes antiexposición, seguidos por  varios de sus compañeros y personal de servicio, mientras intercambiaban opiniones y algún comentario jocoso para aligerar la tremenda tensión.

Cuando estuvieron listos salieron al exterior y con sus cascos en las manos, se encaminaron a los aviones. Los potros del aire esperaban a un costado de la pista, cerca de los hangares, donde mecánicos y técnicos efectuaban los últimos ajustes.

Al pie de los aviones, Carballo y Velasco dieron algunas instrucciones a sus subalternos y después subieron las escalerillas. Carballo lo hizo en su fiel C-225 a quien quería como a un amigo; Rinke abordó el C-214 y Carmona el C-239, conformando los tres la escuadrilla “Vulcano”.

El primer teniente Velasco hizo la última revisión de su aeronave y luego de intercambiar breves palabras con los mecánicos, subió velozmente y se ubicó en el asiento de su jet, el matrícula C-212. Su primer numeral, Carlos Ossés lo hizo en el C-204 y el alférez Barrionuevo en el C-207.

Después que los operarios les dieran el visto bueno, cerraron las cabinas y encendieron los motores mientras chequeaban el panel de control en espera de la orden de despegue. Antes de que el capitán Carballo cerrase la suya, el suboficial Escobar, parado a su lado en el extremo superior de la escalerilla, le preguntó si estaba conforme con la limpieza del parabrisas. El aviador asintió sonriendo alzando su pulgar.

La orden llegó unos minutos después y los seis cazas comenzaron a rodar hacia la cabecera de la pista, con los “Vulcano” en primer lugar. Mientras lo hacían, técnicos y asistentes lanzaban vivas agitando los brazos y revoleando sus gorras. Algunos, incluso, echaron a correr detrás cuando los aviones se dirigían al punto de partida, como queriendo brindarles el calor de su afecto hasta el último instante. 

Ya en la cabecera, a minutos de iniciar el despegue, el avión del alférez Carmona experimentó fallas que le impidieron salir. El aparato fue retirado y la sección quedó reducida a dos pilotos.

A las 15.00 horas en punto la torre de control dio la orden y uno tras otro, los Skyhawk comenzaron a carretear, atronando la atmósfera con el poder de sus turbinas, primero Carballo, después Rinke y luego los “Zeus” encabezados por Velasco.

A esa misma hora 15.00 (18.00Z), despegaron del “Hermes” los Sea Harrier XZ177 y XZ460 al comando de Neil Thomas y David Smith, para patrullar el área al norte de la Gran Malvina dirigidos por la “Broadsword” y el “Coventry”.

Una vez en el aire, los aviadores argentinos fueron en busca del Hércules KC-130 para el reabastecimiento, hallándolo en el punto señalado durante la planificación del ataque. Pero ocurrió que a la hora de efectuar el “enganche”, el teniente Ossés presentó algunos inconvenientes que le impidieron realizar la operación y por consiguiente, motivaron su regreso a la base.

De esa manera, las dos escuadrillas se redujeron a una sola de dos secciones, al mando del capitán Carballo. Y en esas condiciones, emprendieron vuelo hacia la Bahía del Rey Jorge.

En ese momento, Carballo comenzó a padecer un serio inconveniente que le recordó las palabras del suboficial Escobar antes de partir: la sal del mar se le estaba acumulando en el parabrisas dificultándole la visión.

Justo en ese instante, cuando sobrevolaba Puerto Ruiseñor, la sección entró en contacto con el avión de apoyo que volaba bajo el indicativo “Rayo” al comando del vicecomodoro Pereyra y el mayor Medina, quienes informaron sobre una PAC de Harrier que merodeaba por la región.

Debido al problema de la cristalización de la sal sobre los parabrisas, la formación debió cambiar el rumbo, bordeando la costa a muy baja altura y al repasar la Isla Pasaje, el radar de la “Broadsword” la detectó. En razón de ello su capitán, Bill Canning, ordenó a Thomas y Smith que alejasen sus Sea Harrier del lugar porque temía que fuesen derribados por fuego propio.

Los argentinos localizaron las siluetas de las embarcaciones en el horizonte y a una orden de su líder, se abalanzaron sobre ellas dispuestos a atacarlas, Carballo y Rinke sobre la “Broadsword”, Velasco y Barrionuevo sobre el “Coventry”.

Los pilotos entraron en la corrida de bombardeo con sus turbinas a toda potencia y a 60 metros del blanco, oprimieron los pulsadores de VHF y se concentraron sobre sus presas.

-¡Viva la Patria! – gritó Carballo.

Eran aproximadamente las 15.15 (18.15Z) cuando los radares del “Coventry” interceptaron emisiones de radio anormales a 160 kilómetros de distancia. Los operadores de pantalla no tardaron en comprender que se trataba de Skyhawk argentinos y lanzaron la advertencia.

-¡Contacto hostil perforando 2,3,0… rango 3,0 a 2,7,0, velocidad 2,8,0 rasantes! – advirtió el asistente del radar poniendo en alerta a la tripulación.

En ese preciso instante las alarmas comenzaron a sonar y los hombres echaron a correr hacia sus puestos mientras se colocaban sus trajes antiflama y cerraban las compuertas detrás de sí.

David Hart-Dyke, capitán del “Coventry” con mando sobre la flotilla integrada por el destructor y la fragata “Broadsword”, ordenó colocar los buques en posición reversa a los atacantes con la firme intención de enfrentarlos. Según recordaría años más tarde, los argentinos burlaban los radares al volar tan bajo entre los imperfectos contornos de las montañas, desapareciendo completamente de sus pantallas.

-¡Señor, dos contactos moviéndose rápidamente a 266 grados! – informó el radarista.

En esos momentos, los cazas enemigos sobrepasaban la Isla Borbón y se lanzaban mar abierto a más de 900 kilómetros por hora.

-¡Peligro de fuego a 270 grados!

En ese preciso instante, las dos secciones de Skyhawk fueron identificados por los sistemas Sea Dart.

-¡¡Compañía a cualquiera. Posible ruta 1,2,1,1 hostiles!! – anunció la voz del radarista cada vez más agitada.

-¡Aviones! ¡Pájaro, pájaro, hostiles 1,2,1,1! – agregó otro operador.

El vuelo rasante de los argentinos hacía que los británicos perdiesen constantemente sus señales, protegidos como estaban por el relieve de las islas, de ahí la dificultad en concentrar sobre ellos los sistemas de defensa. Por un momento, el radar de la “Broadsword” captó a los aviones con sus misiles Sea Wolf pero casi enseguida experimentó una falla y su pantalla los perdió de vista.

-1-9-5. ¡Viene muy bajo! – informó uno de los radaristas

-¡¡Alarma, avión!! – gritó uno de los vigías en cubierta señalando hacia el horizonte- ¡¡Reactiven todo!!

En el interior de la nave cundía la tensión.

-¡¡Vienen dos halcones!! – gritó el operador del radar.

-¡En uno, tomados! – dijo otro.

-¡¡Fuego!!

Sin perder un segundo, los cañones y las antiaéreas comenzaron a disparar ininterrumpidamente haciendo temblar el aire en tanto los marineros en cubierta accionaban sus ametralladoras livianas. Sin embargo, los aviones no estaban a distancia de tiro y seguían avanzando.

-¡A esa distancia no les podemos pegar, señor! – informó alguien, pero la advertencia fue en vano6.

Los cazas enemigos aparecieron frente a los buques desafiando temerariamente la artillería de a bordo.

El operador Peter Bradford se hallaba en uno de los hangares ojeando un catálogo de máquinas de cortar el césped cuando un compañero le advirtió que la nave estaba siendo atacada.

-¡Hey, Pete! ¡Vamos a ser atacados!

Bradford miró incrédulo a su interlocutor y éste le volvió a repetir:

-¡¡Estamos bajo ataque!!

Inconsciente aún del peligro, el joven marino de 19 años tomó su cámara fotográfica y corrió al exterior, decidido a registrar el paso de los aviones. “Va a ser algo bizarro, seguramente –pensó para sí – y a mi regreso tendré algo que mostrar a mi familia y amigos”. Pero ni bien salió a la cubierta se dio cuenta de lo que realmente ocurría.

-¡¡¿Pero, qué demonios es esto?!! – gritó instintivamente al ver a los cazas viniéndoseles encima.

Fue ahí donde su guerra comenzó.

Girando sobre sus talones, mientras el aire se sacudía por el tronar de los cañones, las ametralladoras y las turbinas de los aviones, Bradford entró corriendo al hangar al tiempo que gritaba como un poseído. Como diría muchos años después ante las cámaras de la BBC, nunca en su vida había estado tan asustado; nunca antes había experimentado semejante miedo.

Los cazas pasaron tronando sobre el destructor y enfilaron hacia la “Broadsword” en momentos en que la tripulación se arrojaba al suelo en busca de protección.

Carballo se sentía insignificante frente a aquellos colosos de hierro y la situación le recordaba las viejas películas de guerra que tantas veces había visto en cine y televisión.

Los aviadores avanzaban hacia el objetivo disparando sus cañones y ya se aprestaban a arrojar sus bombas cuando los sistemas de misiles los tuvieron en la mira.

Carballo lanzó primero y saltó por sobre la fragata, a centímetros de sus mástiles, seguido de cerca por Rinke.

-¡¿Pasó dos?! – preguntó ansioso por la radio.

-¡Si, señor! – respondió su numeral.

La respuesta llegó con unos segundos de retraso y eso le hizo pensar lo peor. Sin embargo, al escuchar a su compañero, el líder respiró aliviado e inició la maniobra de evasión para salir del alcance de los radares enemigos.

Sus bombas habían quedado cortas, pero una de ellas rebotó en el mar, golpeó la sección posterior de la nave, pasó sobre la cubierta destrozando el frente del helicóptero Lynx HAS.2 matrícula ZX729 del Escuadrón 815 y cayó del otro lado, explotando en el mar.

En el interior de las naves británicas la situación era otra,

-¡¡Señor, primer pájaro hostil 1,2,1,1. Solo contacto!! – informó el operador de radar.

-¡¡Dispárale a esos cerdos!! – le dijo alguien a Russell Ellis, encargado del sistema de misiles Sea Dart.

-¡Están a 16 kilómetros…14…!

Ellis intentó apuntar hacia los aviones y por una fracción de segundo los enfocó. Sin embargo, inmediatamente después volvió a perder la señal y cuando lanzó, el proyectil voló trabado, sin consecuencias, hasta perderse en el aire.

-¡Primero perdido. Primero perdido! – se anunció a través de la radio.

-¡Están a 12 kilómetros. Fuego encendido. Activado!

-¡¡Están a 9 kilómetros!!

-¡¡¡A todas las armas disponibles: fuego a discreción!!! – ordenó el capitán.

Las piezas en cubierta comenzaron a tronar mientras las ametralladoras escupían sus proyectiles ensordecedoramente.

La “Broadsword” capturó a Velasco y Barrionuevo mientras transitaban el último tramo de su corrida.

Los pilotos volaban a una distancia de 100 metros uno de otro, el primero a la derecha y el segundo a la izquierda un tanto retrasado y como no tenían radar, iban haciendo el control a simple vista, como mejor podían, Barrionuevo desde el frente a la izquierda y Velasco desde el frente a la derecha.

-¡Señor, a la izquierda están! - dijo el alférez por radio mirando a su guía (volaban ambos pegados al agua).

-¡Tengo blanco a la vista y estoy entrando! – gritó Velasco y enseguida hizo un brusco viraje a la izquierda obligando a su numeral a elevar su avión para no ser embestido.

La maniobra introdujo a Barrionuevo en el área de tiro del radar del “Coventry” y éste, por estar en automático, lanzó su Sea Dart.

En ese momento, el alférez escuchó por radio la voz del capitán Carballo que advertía a su numeral.

-¡¡El misil, el misil!!

-¡Quédese tranquilo, señor - respondió Rinke- No se preocupe que van por otro lado!

Efectivamente, el proyectil iba hacia otro lado, más precisamente, a donde se encontraban Velasco y Barrionuevo, pero no los alcanzó.

Los Sea Dart necesitan un tiempo para nivelarse e ir tras el blanco y como los aviones estaban muy cerca, le pasaron por debajo a vuelo rasante, logrando que aquel siguiese de largo.

“Bueno –pensó Barrionuevo- ahora por tiempo no me va a alcanzar.  A 900/950 kilómetros de velocidad como voy, el misil, a 1.6 o 1.8 de mach, no llega. Hasta que gire y me busque, habrá consumido todo su combustible y va a caer al mar porque su autonomía no pasa de 1 minuto a 1,10. Éste no me alcanza más”9.

La “Broadsword” estaba a punto de lanzar sus misiles cuando David Hart-Dyke, el capitán del “Coventry”, ordenó maniobrar a los efectos de interponerse entre los aviones y la fragata, sin saber que acababa de condenar a su buque.

La fragata volvió a perder los ecos y los cazas llegaron hasta el destructor sin ningún problema.

Barrionuevo, que volaba a 50 o 100 metros detrás de su guía, vio como las bombas del teniente Velasco perforaban el casco del destructor en tres sectores diferentes, a menos de un metro de la línea de flotación y estallaban en su interior. Dos de las de Barrionuevo erraron por poco pero la tercera logró penetrar la estructura y también explotó.

A una orden del capitán, con los cañones y los artilleros disparando en cubierta, el resto de la tripulación se arrojó al piso cubriéndose las cabezas instintivamente. Algunos marineros rezaban y otros, incluso, lloraban. Siguieron momentos que, según palabras de Hart-Dyke, parecieron los últimos.

El supervisor de radiocomunicaciones Sam Mac Farlane se tiró al piso junto a varios hombres y con la cabeza cubierta debajo del escritorio vio a dos operadores apoyados de espaldas contra la CCX.

-¡¡Salgan de allí idiotas; están en la línea de impacto de esa mierda que viene!! – les gritó.

Sin perder una décima de segundo, los marinos se avalanzaron hacia adelante y eso les salvó la vida.

En medio de las alarmas, Russell Ellis sintió un “zasp”, en lugar del estallido que esperaba escuchar. Las explosiones llegaron inmediatamente después.

Lo que ocurrió entonces fue una verdadera catástrofe. Las explosiones desencadenaron un infierno y los orificios, cataratas incontenibles de agua.

Mientras una bola de fuego recorría el interior de la nave desatando incendios incontrolables y cortando las comunicaciones, el capitán Hart-Dyke se incorporó y, semiaturdido como estaba, intentó caminar a través de la humareda. Logró ver que tenía las manos y el rostro quemados y que otros hombres corrían envueltos en llamas por los pasillos.

Una de las bombas estalló debajo de la sala de máquinas matando instantáneamente a nueve hombres. Según el capitán, había gente que gritaba y se arrastraba y otra que ardía “como si fueran velas”, la mayoría intentando alcanzar las salidas con desesperación.

Seguido por varios de sus subalternos y en medio de gran confusión, Hart-Dyke subió una escalinata de hierro completamente deformada por el calor y llegó hasta el puente de mando. El lugar parecía un infierno, envuelto en llamas y cubierto de humo. Como pudo se abrió paso hasta que al llegar a un punto, debió ponerse en cuatro patas para desplazarse más rápidamente, pegando su nariz lo más cerca posible del piso donde el aire era más puro. A esa altura, el sistema de comunicaciones y de refrigeración había dejado de funcionar.

-¡¡Coventry!! – anunciaron desde el HMS “Broadsword” al resto de la flota- ¡¡Ambos lados. El Coventry parece haber sido impactado en ambos lados! ¡¡El Coventry voló!!

La Task Force enmudeció por unos segundos.

A todo esto, en el destructor, el oficial de operaciones Dick Lane intentaba hacer funcionar su radar de largo alcance cuando por el hueco de la escalerilla que conducía a la cubierta inferior emergió un hombre envuelto en llamas.

-¡¡Dick!! ¡¡Dick!! – gritaba el sujeto desesperado - ¡¡Ayúdame, por favor!! ¡¡Ayúdame Dick!!

Lane comenzó a arrastrarse por entre las llamas, desesperado por socorrer al pobre marino; haciendo un esfuerzo supremo se deslizó hacia él y en el preciso instante en que extendía sus manos para sujetarlo, este cayó por el agujero gritando aterrorizado. Recordaría esa escena por el resto de su vida.

En ese momento, el capitán vio al oficial O’Connell, su segundo en el mando, a quien le ordenó poner en marcha la nave para alejarse rumbo al este lo más rápidamente posible. Enseguida se dio cuenta de que aquello era un disparate porque el buque se estaba hundiendo, pero al volverse para advertir a O’Connell, este ya había desaparecido para cumplir la orden.

Los hombres ganaron el exterior, muchos de ellos con horribles quemaduras, y comenzaron a abandonar la nave, inflando previamente las balsas y ayudándose con los chalecos salvavidas.

Una vez en cubierta, el oficial de operaciones Chris Howe sintió las terribles heridas que tenía por todo el cuerpo pero según explicaría años después a la BBC, la adrenalina lo ayudó a mitigar los dolores. Al ver a varios de sus compañeros en carne viva pensó que después de todo, lo suyo no era tan terrible. “Estos tipos no van a sobrevivir”, se dijo al sentir las primeras curaciones.

A las 15.48 (18.48Z) el barco comenzó a escorarse rápidamente.

El capitán Hart-Dyke se introdujo en el agua y abordó uno de los botes. En el momento en que lo hacía, recordó a un suboficial de apellido Burke que le había regalado una estampita con la imagen de San José diciéndole que con ella tendría el regreso asegurado. Grande fue su alegría al hallarlo a bordo de la balsa.

-¿Vio, señor? – le dijo el marinero sonriendo – Siempre da resultado.

La balsa, sin embargo, comenzó a ser absorbida por el destructor y así fue como se incrustó contra uno de los cañones de 4,5 pulgadas, pinchándose con la punta de un misil. Todos sus ocupantes terminaron en el agua helada, braceando e intentando asirse de algo. La mayoría trepó por la estructura del barco y al alcanzar los puntos más altos, permaneció aferrada hasta la llegada de los helicópteros.

Varios Sea King y Wessex se aproximaron desde San Carlos y guiándose por las densas columnas de humo que se elevaban desde el buque. Los pilotos hicieron maravillas para subir a los heridos y recoger a quienes aún permanecían a bordo.

Una vez en el “Broadsword”, Hart-Dyke pudo ver en qué estado se encontraba, especialmente sus manos, su rostro y sus pies, estos últimos azules por el frío.

Diecinueve hombres perecieron en el “Coventry” y uno más en los días posteriores; doscientos ochenta y tres lograron salvarse, algunos de ellos con graves heridas y quemaduras que les dejarían secuelas de por vida.

A las 16.22 (19.22Z), veinte minutos después del ataque, el buque se dio vuelta de campana y comenzó a desaparecer bajo las grises aguas del Atlántico Sur, con la “Broadsword” y varias balsas salvavidas peligrosamente cerca de su estructura.

En ese momento, los tenientes Andy Auld y Ted Ball al comando de los Sea Harrier matrícula ZA177 y ZA 176 del Escuadrón 800, sobrevolaron la escena del desastre y alcanzaron a ver al buque poco antes de desaparecer. Era el tercer destructor clase 42  que Gran Bretaña perdía en combate y eso dejaba en claro la ineficacia de los sistemas misilísticos de la flota y sus alertas tempranas. Una evaluación posterior permitiría determinar que el intenso frío parecía ser la causa del desperfecto al afectar los sistemas de guiado y orientación.

En un primer momento, los náufragos fueron asistidos por los tripulantes de la fragata donde pudieron bañarse y cambiarse de ropa antes de ser transferidos al RFA “Fort Austin” (A386). Los heridos fueron conducidos inmediatamente al hospital de Bahía Ajax donde los enfermeros supervisados por Rick Jolly les brindaron una atención más exhaustiva.

Uno de los héroes de la jornada fue el teniente Alf Trupper, al aproximar su helicóptero a las llamas tratando de rescatar a más de cincuenta hombres.

Mientras eso ocurría en el mar, los cuatro aviadores regresaban eufóricos a Río Gallegos, lanzando tales vivas y gritos de triunfo que el vicecomodoro Pereyra debió llamarlos al orden, solicitándoles silencio de frecuencia.

Poco después Rinke manifestó ciertas dificultades con su velocímetro pero pasado un tiempo pudo comprobar que el inconveniente no revestía gravedad, algo que el capitán Carballo agradeció a Dios.

Cuando los pilotos vieron la pista, el líder llamó a la torre de control e informó que llegaban todos sin ningún problemas, información que causó algarabía entre el personal de la base.

-¡En el día de la patria, misión cumplida! – dijo Carballo a través de la radio.

Los bravos aviadores recibieron una ruidosa y calurosa bienvenida.

Barrionuevo aterrizó último y lo primero que vio después de posarse fueron las largas hileras de mecánicos, operarios y personal de la base encolumnados a ambos lados de la pista, agitando banderas y gorros. Gritaban y saltaban eufóricos lanzando vivas a la patria en tanto varios de ellos seguían a los aviones a la carrera mientras rodaban hacia la plataforma. “Que bueno –pensó- están festejando el día de la patria y deben estar contentos por el regreso de los cuatro aviones”.

Después de estacionar detuvo los motores y al abrir la cabina, vio a sus compañeros del Grupo 5 y hasta el jefe del escuadrón acercándose eufóricos a saludarlo.

Caracteristicas del buque.

Astillero Cammell Laird.

Clase Tipo 42.

Tipo Destructor.

Operador Marina Real británica.

Iniciado 29 de enero de 1973.

Botado 21 de junio de 19741.

Asignado 20 de octubre de 1978​.

Baja 25 de mayo de 19822​.


Características generales.

Desplazamiento 4.820 toneladas.

Eslora 125 m.

Manga 14,3 m.

Calado 5,8 m.

Armamento • 22 Sea Dart.

• 1 Cañón naval Mk 8 de 114 mm.

• 2 cañones Oerlikon 20 mm.

• 2 tubos STWS Mark 2 de torpedos.

• 2 lanzadores de chaff.

Propulsión COGOG (Combined Gas or Gas).

• 2 turbinas a gas Rolls Royce Tyne RM1A.

• 2 turbinas a gas Rolls Royce Olympus TM38.

• 2 ejes

Potencia 36 MW.

Velocidad 30 nudos (56 km/h).

Tripulación 287.

Aeronaves Westland Lynx HAS.Mk.1/2.


Fuente y agradecimiento: Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur / blog.